Se llama Abdelghami Monriri. Le acusaron de conducir un coche robado a su paso por España. No era cierto, un amigo italiano se lo había dejado. Su abogado defensor pactó con el fiscal que reconocería los hechos y Abdelghami así lo hizo. En el juicio fue condenado a pena de prisión, pero como era inferior a dos años no ingresó en la cárcel. En la instrucción, el juez interrogó a Monriri, éste proclamó su inocencia y dio el nombre de su amigo, el que le había prestado el coche. Pero nadie llamó a Italia para verificar esa versión. Todos supusieron que era culpable. Nadie pidió la declaración de Giuseppe Golisano, el amigo italiano, ni el juez, ni el fiscal, ni tampoco el abogado defensor. Monriri, aconsejado por su letrado, se declaró culpable para que el fiscal le rebajara la pena. La policía había emitido un informe en el que se hacía constar que Golisano declaraba en Italia que había prestado su coche y la documentación del mismo a su amigo Monriri. Incluso Golisano se pasó por Algeciras para recoger su coche retenido y, también en ese momento, el juez omitió interrogarlo. Tuvieron que pasar dos años y un recurso de revisión ante el Supremo para que se hiciera justicia. El fiscal volvió a insistir, a pesar del informe de la policía, en que el acusado era culpable puesto que así se declaraba con la anuencia de su abogado. El Supremo reprende al juez de instrucción diciéndole que “la conformidad no debe ser equivalente a la prueba de los hechos”, es decir, que aunque alguien se declare culpable, el juez no por ello queda exento de investigar. ¿Se traducirá en algo la responsabilidad del juez instructor, del fiscal y del abogado defensor?
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Murat Kurnaz es un ciudadano de origen turco nacido en Alemania, de 24 años de edad. Ahora es conocido como el talibán de Bremen. Con 19 años se dirigió hacia Afganistán en busca de las raíces de su fe islámica. El 11 de septiembre le pilló allí y los policías afganos le entregaron a las tropas de EE UU. Éstas se lo pasaron a las alemanas que, según él, lo interrogaron y le torturaron, antes de que lo trasladaran a Guantánamo como sospechoso de terrorismo. Ya en Guantánamo, los americanos, después de volverle a torturar, se dieron cuenta de que el tal Murat no era nadie, un pobre diablo, que no valía ni para infiltrarlo en círculos islamistas para obtener información. Así se lo hicieron saber a las autoridades alemanas. Pero los servicios secretos alemanes, al mando del hoy ministro de exteriores Steinmeier, llegaron a la conclusión de que no interesaba el retorno de Kurnaz a Alemania. Entonces el gobierno era rojiverde, hoy se sustenta en la gran coalición de los dos grandes partidos. Las autoridades desoyeron la petición de ayuda de los familiares y las cartas de los abogados e impidieron que Schröder hiciese gestión alguna ante Bush. Alegaron que era cosa de Turquía, que el permiso de residencia, ¡de un nacido en Alemania!, estaba caducado, que no tenía pasaporte, e incluso le intentaron construir una vinculación terrorista falsa. Ahora por fin una gestión de Merkel ante Bush ha permitido la vuelta de Murat a Alemania. ¿Dimitirá el tal Steinmeier?
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