jueves, 25 de enero de 2007

Gargallo en La Pedrera

Gargallo era un buen artesano, pero estuvo demasiado ocupado en buscar nuevos materiales (básicamente el hierro) y nuevas técnicas como para dejar volar su imaginación de artista. La exposición es interesante, buena, diría yo, para ver lo que Gargallo dio de sí. Y también para ver como la élite nacionalista lo hizo catalán, hecho lo cual era necesario proclamar su valía internacional y vanguardista. En realidad, desde el principio tenía una sola forma de ver la figura humana (no hizo más que figuras humanas), la caricatura. Todas sus esculturas son caricaturas (¡máscaras!, dice el comisario que le monta la exposición, buscándole una genealogía con pedigrí). Por ese lado no da más de sí, sean sus figuras Picasso, bailarinas o Greta Garbo con pestañas. Luego, cómo todo artista, busca dar con el estilo, la técnica o la manera de concebir sus obras, de tal modo que alcanzando la Originalidad sea reconocido como un grande. Es lo que cree lograr cuando hace sus primeras máscaras de hierro, repujando, recortando, abombando, ahuecando láminas de ese material. Tiene la desgracia de que algunas obras interesantes se parezcan a Dalí, la Greta Garbo, a Henry Moore, su pequeña mujer echada, o a su compañero Julio González, sus balarinas. El resultado es muy decepcionante, le falta alma, diría yo, si eso significase algo, o chispa, no conmueve, en definitiva. Hay un agravante, nunca dejó de ser un escultor clasicista, se pirraba por el modelado clásico y siempre que tiene ocasión, y la obligación vanguardista se lo permite, hace mujeres de formas sensuales, muchas, (hasta los segadores de Van Gogh imita), pastores toscanos, torsos con brazos cortados y sin cabeza (hay un momento en el documental que pasan en la sala, en el que su hija cuenta cómo el pobre Gargallo tocaba y retocaba esa escultura de efebo ático a pesar de que le insistían en que ya estaba acabada; el pobre se daba cuenta de que lo que le salía no era otra cosa que una copia de una mala copia romana) o terracotas. ¡Hay ocasiones en que parece el mismo Clarà! Bueno, el comisario dice que es escultura noucentista, pero ¡es que esa pulsión academicista no le abandona en toda su vida!

De acuerdo, sí, tiene una obra. Se atrevió una vez y casi dio en la diana: El profeta. Es una figura a la que le estuvo dando muchas vueltas durante muchos años. Quería hacerla de hierro, pero al final le salio de bronce, no sé si sabía muy bien qué quería decir con ella, tampoco importa mucho. Es imponente, marca cualquier espacio donde se sitúe, como ocurre con las obras de Henry Moore, lástima que no siguiese por ahí, quizá si hubiese vivido más tiempo…, murió con 53 años, demasiado joven. Sin embargo me ocurre algo curioso con esta obra. Me interesa más vista por detrás que por delante. Por delante es poco creíble, un fantoche, otra máscara; por detrás, sin embargo, adquiere una fuerza inesperada (aunque hay que hacer contorsiones para verlo, los comisarios suelen ser tan mediocres o tan talentosos como los autores de los que se ocupan), es más moderna y más original, adquiere un aire de comic futurista o de monstruo cibernético de serie televisiva de ciencia ficción, aunque probablemente el bueno de Gargallo no pudo ser consciente de tales concomitancias.

Aún se puede visitar, en la Pedrera, hasta este 28 de enero.

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