domingo, 28 de enero de 2007

De víctimas y verdugos II

En la película Trece entre mil la cámara entra en una sala de estar, decorada a la manera de los años 70. Un matrimonio madrileño, de edad avanzada, tiene la mirada perdida en los recuerdos de su hija. Vemos las fotos. Su gesto parece petrificado en esa época. Nadie parece haberles rescatado de la perplejidad en la que el suceso que marcó sus vidas para siempre les sumió. Ambos están hundidos en el pozo de la pena. Si el Estado les ha compensado con algún dinero de nada les ha servido. Su hija murió en el atentado de la cafetería Rolando de la calle Correo, en Madrid. Seguro que no les importa si los terroristas han sido juzgados o no, si alguno pasó por la cárcel. Es evidente que hubieran necesitado una reparación moral. Nadie se la ha ofrecido. Lo dicen expresamente, no con esas palabras. Para empezar ningún Etarra ha visto, supongo, esta película. Tampoco la han visto los que les comprenden, tampoco los que les disculpan, menos los que esperan obtener algún tipo de beneficio con las acciones de ETA. Como no la han visto, ni han visitado a este desconsolado matrimonio no pueden saber de su pena. El terror no sólo destruyó a su hija, también la vida de este hombre y de esta mujer ya mayores. En el caso de otras víctimas, o de sus deudos, si murieron, los sentimientos pueden ser distintos, odio, rencor a los etarras y a su mundo o acaso a sí mismos, al asumir una culpa que no les corresponde, pero la deshumanización debe de ser la misma. Si el terrorista matando se vacía de humanidad, algo parecido le ocurre a la víctima, que de golpe es aniquilada. Pero si aquel o los suyos pueden sobrevivir situando el acto de terror en una cadena de causas que enmascaran la desnudez de la muerte, del asesinato, estos quedan a la intemperie, nada ni nadie les puede explicar el porqué, nadie les da satisfacción. De ese anorreamiento sólo les puede sacar la aproximación del terrorista, no para que les recite sus causas, sino para que les de la mano, se interese por su sufrimiento, les pida perdón. Probablemente ya es tarde, su vida ha pasado, dos vidas perdidas, con su hija tres. Nadie se acercó ellos, nadie se acercará, y sin embargo, lo necesitaban, necesitan que el que mató a su hija, o alguien que hable en su nombre, llame a la puerta para ellos puedan perdonar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué afán con el perdón! Creo entender la postura que adopta Toni Santillan al hablar del "necesario" perdón que han de conceder las victimas a sus verdugos, no por la redención del mismo sino por la liberación de la propia víctima... pero, ¿por qué no verlo de otro modo? ¿por qué una familia a la que le han arrebatado lo más preciado -la vida de una hija, por ejemplo- van a tener que "aguantar" a un asesino diciéndoles, "que malo fuí, lo siento mucho"?... ¡Diantre! habérselo pensado antes. A mí no me vale ese acercamiento del terrorista a sus víctimas para de algún modo hacerles llegar su arrepentimiento, es una ensoñación, no suelen, ni saben ni quieren aprender a pedir perdón... suelen adoptar una doble moral: los terroristas son capaces de criar a sus hijos, de procurarles lo mejor y sin embargo a los hijos de los demás se los cepillan... luego ya pensarán si piden o no perdón o si se declaran en huelga de hambre o si comen.