viernes, 12 de enero de 2007

Babel vs Banderas de nuestros padres I

Dos chavales que guardan cabras en el Atlas se ven de pronto con un rifle para matar hienas en sus manos. Una pareja de norteamericanos en crisis viajan en autocar por el norte de Marruecos. Esas cuatro vidas se cruzan por obra del guión: uno de los chavales dispara contra el bus para comprobar su puntería y hiere gravemente a la americana. Nada saben los unos de los otros. Qué historia contar con ese punto de partida. Pongamos un poquito de globalización en las relaciones (de ahí Babel), algo del miedo del hombre blanco al terrorismo islámico, lo del aleteo de una mariposa en oriente que en occidente provoca tralarí tralará, alguno de los tópicos de la buena gente: pueblos pobres inocentes y ciudades capitalistas culpables, la técnica de historias entrelazadas a lo Manhattan Transfer de Doss Passos o a lo Vidas Cruzadas de Robert Altman, agítese con chispa e indudable ingenio y tendremos Babel. Guillermo Arriaga y Alejandro González Iñárritu, guionista y director, son dos jóvenes mejicanos avispados, una especie de hermanos Coen con ritmo de regatón. Acertaron de pleno con Amores Perros (¡sabían de qué hablaban!), Hollywood los contrató y tomaron el pelo a todo el mundo, con gran éxito de crítica y de público, con 21 gramos. Dominan el arte de la secuencia trepidante y de la cámara serena, del montaje y de la planificación. Si te dejas atrapar en la butaca quedas anonadado. Deslumbran con sus fuegos de artificio. Algo parecido a nuestro Alejandro Amenábar. Todo el mundo quiere ser el nuevo Orson Welles. Cada cuatro o cinco años sale un candidato, aunque pocos resisten el peso de la púrpura. ¿Qué falla, pues? Son demasiado jóvenes, eso es lo que pasa. Tiene arreglo, claro, tienen tiempo para vivir, maltratar su cuerpo, curtir su alma, acumular la necesaria experiencia, como para construir personajes con vida y no meras caricaturas graciosas o patéticas (los divertidos mejicanos, los sufrientes padre e hija japoneses, los arcangélicos marroquíes). Si son capaces de sobrevivir al deslumbramiento que les produce su propio genio, cuando se miran en el espejo, nos darán buenas películas, no sólo entretenimiento con palomitas. Cuando sean mayores dejarán de ofrecernos esa mixtificación de la realidad con la que dan satisfacción por dinero y volverán a las tranches de vie que aparecían en su primera película.

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