El capitalismo digital promueve abiertamente la atrofia
para sustraer la diversidad del mundo interior particular y sustituirla por una
individualidad homogénea y conformista.
Si
partimos de la premisa de que la economía gobierna nuestras vidas, ¿cabe
preguntarse, con Lola López Mondéjar en Sin relato, si la actual etapa
del neocapitalismo, a la que ella denomina capitalismo digital, siguiendo a
filósofos como Byung-Chul Han, está haciendo de nosotros hombres y mujeres
vaciados, huecos dice ella, cuyo único estímulo es el deseo mimético -
René Girard - de seguir los pasos de figuras públicas admiradas, influencers
en esta época, derivadas nuestras emociones hacia los objetos que codiciamos y
acumulamos, nuestra mente colonizada por lo audiovisual y nuestro cuerpo
convertido en campo de experimentación de las nuevas tendencias decorativas,
resumiendo, objetos cosificados nosotros mismos?
Como tantos
otros autores, López Mondéjar aprovechó los meses de la pandemia para leer. Y
como tantos otros necesitados de proyección pública, agavilla un puñado de
citas - la lista de autores y citas es mareante -, para construir un libro que fue
premiado con el Anagrama de Ensayo. En este, como muchos de los libros de
ensayo que vamos leyendo, cada capítulo toma como referencia a un autor y un
libro para exponer y dar vueltas sobre su idea principal.
A la
espera de la gran mente que haga la síntesis de nuestra época, Lola López Mondéjar
apunta, con cierto desorden, debido a la acumulación de lecturas - reconoce que
su método de investigación es de carácter impresionista -, las cuestiones que están
en el aire: la sobreexposición a las pantallas del mundo digital y el
correspondiente déficit de atención y, su deriva, la angustia de los jóvenes
que no comprenden el mundo que les llega a través de sus pantallas, los
llamados nativos digitales, sumidos en el precariado, los bajos salarios
y la inestabilidad laboral y en la fragilidad de los lazos laborales, sociales
y afectivos, cuya consecuencia sería la atrofia de la capacidad de narrarse.
La autora redondea en torno a
dos pulsos, señalados en el subtítulo, Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la
subjetividad. El primero, si nuestra personalidad se fundamenta en el
relato que hacemos de nosotros mismos - Paul Ricoeur: la identidad personal
es posible en la forma de una identidad narrativa - los hombres y mujeres
de hoy, al menos los jóvenes, son incapaces de relatarse. Hombres vacíos por
dentro, si algún tipo de relato queda es el anecdótico, el del chiste, la
microhistoria. La consecuencia de la decadencia del relato es el declive de la
subjetividad, segundo pulso. Identidades postizas, fantasmales o prestadas.
Para poner ejemplos con los que compararse, acude al momento de la historia en
que los individuos abandonándose se convirtieron en colectividades: los
camaradas alemanes que se ofrecían voluntarios para matar judíos - los einsatzgruppen
- y la Magda Goebbels, judía por admiración a su padrastro en su juventud, rica
consorte desprejuiciada en su primer matrimonio y ferviente nazi en su madurez.
El capitalismo digital obraría en nosotros de modo parecido, vaciándonos para
esclavizarnos con identidades prestadas.
Debido
al gran cambio de la digitalización hemos perdido la identidad que nos sitúe de
nuevo en el mundo. Todos sus reproches y pesimismo acaban en el mismo y
principal enemigo, el advenimiento del capitalismo de la atención y de la
vigilancia de la era digital que busca la maximización del beneficio
financiero. La solución, frente a los hombres vaciados de su interior, volver
a los hombres y mujeres con moral autónoma, vertebrados, singulares, capaces de
construir una subjetividad propia frente a los hombres huecos.
Los objetivos del capitalismo avanzado y digital ya no
consisten solo en aislar a los individuos (individualidad sin sujeto) y
separarlos de la comunidad, sino en vaciar poco a poco el individuo para
llenarlo de objetos y experiencias, en una infructuosa huida hacia delante que
favorece el consumo, ignorantes de la herida psíquica que lo causa.

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