La Tierra se mueve bajo los pies. Quién no ha tenido esa
experiencia alguna vez. El epicentro puede que no esté cerca, el terremoto de
Lisboa de 1755, por ejemplo. Desde Valladolid no se vieron los muertos, ni el
maremoto que sumergió a Cádiz, ni el desastre urbano, aunque, eso sí, vieron
como la torre de la catedral se cimbreaba. Las consecuencias no se produjeron
de inmediato. La Buena Moza cayó un día de fuerte temporal, el 31 de
mayo de 1841. Ahora no harán falta 86 años para asistir a la mutación de época.
Qué está sucediendo. Intuimos que la tecnología está
transformando el mundo. Como niños con un nuevo juguete le hablamos a la IA,
ponemos nuestra fe en la computación cuántica. Definitivamente todos los
problemas hallaran solución. Pero ¿vamos a poder mantenernos a lomos del
caballo desbocado o seremos arrollados? En 2008, cuando la crisis económica, y,
luego, en la pandemia, recordamos la frase de Marx en el Manifiesto:
“Todo lo que era sólido se desvanece
en el aire, todo lo sagrado es profanado, y los hombres se ven forzados a
considerar sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas con
desilusión”.
Quizá sea el momento de volver a ella. En qué mundo estamos
amaneciendo. ¿Siguen siendo
socialdemócratas las políticas de los gobiernos? Trabajos precarios,
degradación de los servicios públicos (educación, sanidad), pensiones
inaseguradas, acceso a la vivienda imposible, difícil convivencia entre los
diferentes.
Los jóvenes no han gastado la energía acumulada durante estos
años de gobierno socialdemócrata. Recordemos lo que ocurrió en las calles de
Barcelona durante el procés. Uno imagina el estallido. Qué lo contendrá,
qué proyecto, qué esperanza, qué liderazgo ante la perspectiva de un trabajo
precario y una vida indigna, sin lugar donde vivir, sin ilusión de tener hijos.
Las calles arderán. No ahora, cuando el próximo gobierno.

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