Tenemos conciencia de lo que experimentamos. Yo aquí en este
momento. Pero cómo saber que a esta experiencia se reduce toda nuestra vida.
Hemos pasado por lugares y momentos que advertíamos como decisivos. Allí y
entonces se bifurcaba nuestra vida. ¿Y si la otra opción se concretó? Hay
físicos que sostienen que hay una multitud de universos. Cada uno con
características diferentes, unos viables en términos antrópicos y otros no. En
física de partículas, estas hasta que no las observamos se mantienen en posiciones
indeterminadas en una nube de probabilidad. Solo cuando las observamos o las
medimos colapsan, es decir, aparecen en el mundo de la experiencia. Hay otros
físicos que mantienen que no colapsan, sino que observamos las que están en
nuestro mundo, pero no en otros.
Si el mundo de la realidad observada siguiese las mismas
reglas que el mundo cuántico la realidad estaría compuesta de muchos mundos.
Nosotros mismos viviríamos en una nube de probabilidad, aunque solo tengamos
conciencia de vivir en uno. Aplicando cierta lógica, en el 50 % de ellos
seríamos felices y en el otro 50 infelices, en una escala de gradación. Algunos
de ellos serían caóticos y otros viables.
Así que cuando paseamos por un lugar que nos recuerda
emociones intensas, es posible que ahí nos bifurcásemos o, mejor, nos cruzamos
con universos posibles, uno el de la felicidad, el otro de la desgracia. Un
mundo de posibilidades.
Quizá aquella conversación en el paseo marítimo, a la salida
del Palau Mar y Cel, habrá dado lugar a una vida sin grandes emociones, pero
moderadamente feliz. Por el contrario, a aquella cita en la gasolinera
Petrocat, habrá dado lugar a un periodo de gran intensidad emocional, pero
habrá acabado abruptamente, pues ella era demasiado joven y enseguida me
sustituyó por otro. Qué ocurrió aquella tarde que llegábamos a Travesera de
Gracia en el otro universo: en mi imaginación aparece como el mejor de los
mundos, pero quién sabe. Es evidente que aquella mañana, a las puertas del
Parque Güell, el yo que vive en este tomó una mala decisión.
Hay una multitud de mundos en los que mi otro yo puede estar
viviendo: la aparición por sorpresa un sábado por la tarde de B en el comedor
de Sainte-Foy-lès-Lyon (ahora estaré escribiendo esto en francés); seguro que
hubiese sido desgraciado con AB (qué decepción los meses que vivimos juntos) y
feliz, supongo, con E (recuerdo cuando acaricié su vientre expandido, aquel
podría haber sido hijo mío).
No puede ser correcta la teoría del multiverso porque los
mundos serían infinitos, sin embargo, satisface a la imaginación porque
compensa la frustración de vivir una sola vez y en un solo mundo, el escándalo
cósmico de habernos dado autoconciencia y sin embargo morir. Satisface el
anhelo humano de pervivencia y eternidad (en uno de los universos posibles).

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