Si ya no quedan monstruos como en los cuentos de antaño,
quizá porque van quedando menos niños, ya no hay necesidad de héroes, puesto
que no hay monstruos. Yo siempre había creído que Edward Munch había muerto
joven, pero no era cierto. Ahí está ese autorretrato en el que dibuja con
claridad al monstruo que lo acecha. Así lo cuenta. Gospodínov en Las
tempestálidas.
Sin embargo, sí que hay un
monstruo. Hay un monstruo que nos acecha a cada uno de nosotros. La muerte,
dirán ustedes. Sí, sí, la muerte es su hermana. Pero la vejez es el monstruo.
Esta es la verdadera (y condenada) lucha, sin resplandor, sin fuegos artificiales,
sin espadas incrustadas con el diente de san Pedro, sin armaduras mágicas ni
ayudantes imprevistos, sin la esperanza de que los bardos canten tus hazañas,
sin rituales...
Una batalla épica sin epopeya.
Largas maniobras solitarias,
al acecho, como en una guerra de trincheras, doblarse, agazaparse, arremeter,
merodear por el campo de batalla «entre el reloj y la cama», como el anciano
Munch tituló uno de sus últimos autorretratos. Entre el reloj y la cama. Quién
cantará las gestas de tal muerte y tal vejez.

No hay comentarios:
Publicar un comentario