Paseo por la ciudad con la intención de dejarme sorprender. Obras por doquier. La ciudad lleva años en transformación. Hago una cata en lo religioso. Entro en tres iglesias diferentes. Es miércoles laborable, una treintena de personas en la misa de diez, en San Agustín. Mediana edad, jóvenes y algunos viejos, espaciados, ocupando toda la nave.
Hay un enorme espacio en el centro de la ciudad, alrededor de la Biblioteca Estatal, una zona ajardinada, sin gusto; el antiguo espacio de un hospital. Ahí está el llamado MuVim, un enorme edificio de hormigón visto que depende de la Diputación. En el exterior hay un reclamo de una exposición fotográfica; una fotógrafa americana. Carolyn Marks Blackwood. Miro y remiro hasta que doy con ello: grandes paneles coloreados a lo largo del edificio, reproducciones, supongo, de las fotografías. Es imposible que llamen la atención de nadie a pesar de su tamaño y color, o precisamente por ello.
Dentro, el MuVim es el museo de la nada, salvo un trozo de muralla medieval. Nadie más pasea por el enorme espacio vacío. En la planta baja, en un espacio acristalado, una mujer uniformada tiene el móvil ante sí como en un atril, absorbida. Es la consigna. Un gran ascensor y rampas ruidosas de aluminio salvan los desniveles entre plantas.
Preguntó a los empleados - no hay nadie más -, pero no saben decirme en qué consiste la exposición permanente. En la tercera planta, uno, después de advertirme de que no lleve la mochila encima, que vaya a consigna, me dice que pregunte en Información. Bajo. En Información: Es una exposición digital de historia. ¿La historia urbana de la ciudad?, pregunto. Del mundo, me responde, una historia digital del mundo. Está cerrada por obras. Y ¿que hay de las exposiciones temporales? Algo me dice, pero no lo pillo. Niños con profesoras lo están abandonando; ¿que habrán visto? Yo no he visto nada. Solo algunas vitrinas con carteles, ejemplares de libros y folletos bonitamente ilustrados, de esos que nadie lee, pero que valen una pasta, publicados por la Diputación.
Una palabra acude a mí, mientras me tomo un café en el jardín anexo, sobre este museo de la nada: despilfarro. En este preciso instante de nuestra historia estamos viviendo las consecuencias de décadas de despilfarro. Contenedores culturales - así les llaman o llamaban - en lugar de limpiar a fondo barrancos y torrentes. Un país sin objetivos, sin finalidad , una población desmoralizada que obra en consecuencia: prefiere la compañía de dóciles perros a limpiar pañales y atemperar los lloros nocturnos de bebés.
En un valencià ortopédico veo la inscripción graffiti que quizá mejor defina todo lo que (no) he visto.
En las esquinas de este enorme y feo espacio, tan mal diseñado, me entretengo en el paisaje humano: un hombre de piel oscura celebra un botellón consigo como única compañía; mujeres, y algún hombre, siguen la soga que les encadena a sus perros; cuatro hombres fornidos venidos de algún lugar del mundo, por tierra, juegan a un juego que se dibuja en el suelo; aquí y allá, sobre bancos, solitarios con móvil en la mano, o sin él, abandonados a sí mismos; el bulto de otro dentro de un saco de dormir; otro más palpa una pierna envuelta en un material que parece forespan (debería sentarme junto a él y preguntar); tres más aislados, como formando un país independiente, hablan en un idioma que desconozco. Todos sin oficio, desahuciados, o eso parece. Dónde duermen, qué comen.
A pesar de tanto derroche o quizá debido a él se capta el movimiento joven en la ciudad, una ciudad más joven que Barcelona, por ejemplo. La provincia entera capta más empleo que cualquier otra en el país, eso dice el periódico de hoy.
Callejeo por el casco antiguo. La ausencia de la marabunta turística de los meses centrales del año hace visible a otro tipo de personas, personas que deambulan sin rumbo o fijas como esas mujeres de la calle Balmes. Qué hacen esas mujeres africanas apostadas en las las cuatro esquinas de la calle. Yo pensaba que el mercado de la prostitución ya no era visible.
Misa de una, con escolanía incluida, en la Basílica de la Virgen de los desamparados, llena, todas las edades. Impresiona.








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