Al llegar a Burgos hubiese deseado que la cinta gris de
asfalto siguiese y siguiese hasta Barcelona y más allá, una cinta sin fin. Si
no lo he hecho, si no he seguido, ha sido porque me hubiese dormido después del
largo viaje sin sueño, y de ese modo no habría llegado a parte alguna, que al
fin era donde quería llegar, a ninguna parte. Un hilo invisible y continuo se acababa
de romper, el paisaje que dejaba atrás es el de una ciudad en ruinas.
Una sensación parecida, aunque justo en dirección contraria,
sentí hace muchos años, cuando todo comenzaba, subiendo Paseo de Gracia hacia
Travesera. Nos dijimos, o quizá yo le dije, ¿Seguimos hacia adelante, hasta
la frontera? Éramos jóvenes, aunque no tanto, y habríamos sobrevivido sin
problemas, los dos teníamos recursos, pero no lo hicimos. Nos amábamos, pero
ella se mostró cobarde. La deposité junto a un paso de cebra, a una manzana de
su casa. Era la mujer a quien más he querido, a quien he idealizado hasta la
náusea.
Después de aquel día, y otros muchos días, hubo una llamada.
Estaba cenando, no muy lejos de aquella calle. Había pasado un tiempo y ella me
llamaba. La mujer con quien yo cenaba se levantó cortésmente para ir al baño.
Hablamos un rato, nos pusimos al día. Pero la cita para el reencuentro no se
produjo. Nuestras vidas parecían encarriladas en direcciones opuestas. Ella
después de eso ha tenido dos hijos, como los tuve yo. Nunca hemos vuelto a
tener contacto. Sin embargo, ahí queda la idealización a la que uno vuelve
después de las muchas frustraciones. Ha sido la medida de todas las demás.
También mi mayor fracaso, aunque puede que sea otra forma de idealizar.
La vida es un don que nos posee sin gran intervención de
nuestra parte. No me he dejado llevar en mi reciente viaje, preso de mi
mente cautiva. La mayor virtud de todo viaje es abstraerse y vivir unos días la
libertad que se nos niega. De refilón me miraba en el espejo y me negaba a
compadecer la jeta de animal herido. Sabes que va a suceder lo que no quieres
que suceda, que temes y niegas. Buscas culpar a alguien o a ti mismo, pero
deberías saber que solo el destino es el auriga que te fuerza a seguir el
camino. Si no te gusta la comparación tengo otra, puro humo a merced del viento,
eso somos. No sé si a todos les ocurre, pero yo me sublevo contra el
determinismo - inexorable es el adjetivo que nos acompaña de la cuna a la tumba
- y eso me hace infeliz.
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