Todo un día sin noche por delante en Sal, el lugar donde la gente viene a tostarse al sol. Así que José Luis, Ángel y yo decidimos contratar un taxi para que nos recogiese en el hotel a las 7:00 de la mañana, pasando del desayuno, y nos llevase al pie del Monte Grande, la altura mayor de la isla de Sal. Ya en la camioneta Jorge nos hace saber que nos acompañá en la subida. Antes pasamos por su pueblo Espargos, la capital de la isla, para ponerse calzado adecuado.
Durante el viaje nos cuenta su vida, cosa que hacen los caboverdianos con facilidad: tenía una mujer con dos hijos, pero se separaron. Los hijos los cuida en otra isla, Sao Antão, su madre, la madre de Jorge. Ahora vive con otra, pero dice que algo estresado - tras 'sodad' y 'morabeza' la tercera expresión característica de esta gente es 'no stress' -, porque hace frecuentes viajes al aeropuerto para recoger a gente - "Es su trabajo" - , y eso sucede por la noche. La mujer se queja. Tienen una niña.
Jorge nos acerca a la base de Monte Grande por un camino bacheado. El suelo es arena volcánica compactada. Se sube fácilmente a pesar de su verticalidad y también se baja bien: hora y media para subir y bajar. En la cima hago girar la cámara 360 grados para capturar la extensión de la isla. A lo lejos, en la otra punta, se adivina Santa María, donde está el hotel. Aún no hace calor, nubecillas de borrego medio ocultan el sol y una ligera brisa azota la cima. Contra lo que yo temía, el clima es perfecto.
De vuelta, nos da tiempo a ducharnos, rehacer la maleta, entregar las llaves y planear qué hacer con todas las horas que tenemos por delante. Algunos van a un mercadillo a comprar café y atún en lata y otros a la playa y sus tumbonas. Yo me doy un paseo hasta la plaza donde el otro día descubrí un café donde hacen un rico capuccino, donde escribo estas últimas notas. La avenida principal está casi vacía, solo se anima a la caída del sol con las muchas músicas. Y así nos vamos despidiendo de Sal y de Cabo Verde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario