Vi anoche Un fantasma en la batalla, extraño y
feo título, en Netflix. Solo han pasado unas horas y tengo que rebuscar en mi
memoria el impacto que la película me produjo, y es ninguno. Es verdad que,
mientras la veía, la iba comparando con la también reciente La infiltrada,
pero la comparación era imposible.
Desconozco los tiempos de producción de una y otra.
Hay un extraño paralelismo. Ambas protagonizadas por mujeres: la fuerza
interior de Carolina Yuste frente al magnetismo de Susana Abaitua. La primera
representando a una policía nacional, la segunda a una guardia civil. El fondo,
el mismo, la desgraciada historia de Eta.
Pero hay una enorme diferencia entre ambas. La
película de Lucía Echevarría reconstruye la historia real de una agente
infiltrada en la organización terrorista, con un guion muy trabajado. La
película de Agustín Díaz Yanes se inventa a su protagonista, Amaia, a partir de
otros agentes reales, dice. El guion es facilón, intercala imágenes de los
atentados más horribles y mediáticos de la banda: Gregorio Ordóñez, Ortega
Lara, Miguel Ángel blanco..., para ir hilvanando la historia de su agente, como
si ella hubiese participado en la prevención y detención de los malos. No es
que esté mal rodada o montada. Es un thriller entretenido, pero no va al fondo
del asunto: no hay dilemas que resolver o personajes complejos. Es un policíaco
más, que dirían los franceses.
Es de lamentar la flojera de la máquina de producción
audiovisual española. Solo hace falta compararla con la irlandesa. Han tenido
que pasar años para que se empezasen a producir películas sobre esta historia.
Nada se hizo mientras la banda estuvo en activo. Después, no mucho. Faltó y
falta valentía.
La película, miniserie en realidad, modélica sobre
este asunto es No digas nada (2024), donde se representa con crudeza lo
que supone el terrorismo político en una sociedad, la irlandesa. La española Patria
(2020) fue en esa dirección.
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