"Hay algo innatural en amar
sin esperar que el amor sea retribuido". El polaco. J. M.
Coetzee.
Tengo tres libros sobre la mesa. El primero lo escribió un
superviviente de los campos de concentración y exterminio. El segundo un Nobel sudafricano.
El tercero lo escribe el destino. La valía de los libros está en su relación
con la verdad. Cuando uno se queda a solas con su conciencia no le sirve la
liturgia de la bondad y la reparación.
Víktor Frankl estuvo en Auschwitz y luego en Dachau. Recién
liberado, en 1946, escribió El hombre en busca de sentido. Por sus
páginas asoma frecuentemente la palabra 'suerte'. En la literatura de los
supervivientes surge la pregunta de por qué ellos sobrevivieron y tantos otros
murieron. Los lectores no nos hacemos esa pregunta atenazados por el espanto
ante lo que ocurrió, pero los hombres juiciosos que sobrevivieron al horror sí
se preguntaban sobre el valor - el sentido - de su vida.
En El polaco J. M. Coetzee escribe el cuento de un
pianista viejo que flirtea con una mujer 20 años más joven que él. A la mujer
no le conmueve su música ni le atrae su figura, sin embargo, pasa tres noches
con él. Cuando muere, la mujer acude a su apartamento de Varsovia y encuentra
un puñado de poemas dedicados a ella. No tienen mucho valor, pero le reprocha,
"¿Por qué no me dijiste: No puedo vivir sin ti?".
El libro que escribe el destino es mi propia vida. Uno puede
ser mentiroso, torpe o manierista si escribe sobre sí mismo, solo al destino es
veraz. Estoy leyendo el capítulo que acaba de escribir. Rodaba por el asfalto
bajo la lluvia cuando sonó el teléfono. Rodar bajo la lluvia puede ser una de
las formas de la felicidad. Más tarde, sin que yo le pidiese nada, me dijo: No
voy a volver. No era necesario.
Cuando llegas a lo alto de la montaña no necesariamente a la
cima, al cordal, de pronto ves el fondo del otro valle. Del que venías era todo
subida. El que tienes enfrente todo es bajada. Los que están subiendo, tras
sucesivos repechos, solo tienen en mente la cresta y después la cima. A los que
han coronado, a menudo, les entra el vértigo de la bajada.
La mayoría de quienes han estado bajo la barbarie callan. Hay
algo quizá peor que la muerte, la pérdida de la dignidad. La barbarie se
distingue por la inhumanidad. Los bárbaros reducen a los hombres a su primitiva
animalidad. Los supervivientes, humillados, se preguntan, ¿por qué preferí la
vida?, ¿qué hice para sobrevivir ahí donde tantos, la mayoría, murieron?
Quien ha llegado a la cresta no quiere renunciar a seguir
subiendo, pero teme la bajada. El polaco no acepta la decrepitud, pero
no sabe, quizá no tenga la energía suficiente, cómo mantener en pie su
dignidad. En el cuerpo de la mujer ve el reflejo de la potencia perdida, con
temor la corteja, pero no puede decirle: "No puedo vivir sin ti",
porque sabe que esa no es la cuestión verdadera.
Es difícil escribir sobre uno mismo atendiendo a la verdad.
El destino no miente.
Has visto a un animal moribundo, ¿has visto la mirada de un
hombre sobre el animal moribundo, el matarife que hiende el cuchillo en el
cuello de un cerdo; la fila de corderos a punto de ser sacrificados el día de
la Pascua? Al menos al toro se le da una oportunidad, se le confiere el
privilegio de ser protagonista, admirado y temido. Algunos, si pudiesen,
crearían hospitales y residencias para toros bravos, como no está en sus manos
se conforman con caniches.

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