jueves, 23 de octubre de 2025

Implosión

 


 

"Hay algo innatural en amar sin esperar que el amor sea retribuido". El polaco. J. M. Coetzee.

 

Tengo tres libros sobre la mesa. El primero lo escribió un superviviente de los campos de concentración y exterminio. El segundo un Nobel sudafricano. El tercero lo escribe el destino. La valía de los libros está en su relación con la verdad. Cuando uno se queda a solas con su conciencia no le sirve la liturgia de la bondad y la reparación.

 

Víktor Frankl estuvo en Auschwitz y luego en Dachau. Recién liberado, en 1946, escribió El hombre en busca de sentido. Por sus páginas asoma frecuentemente la palabra 'suerte'. En la literatura de los supervivientes surge la pregunta de por qué ellos sobrevivieron y tantos otros murieron. Los lectores no nos hacemos esa pregunta atenazados por el espanto ante lo que ocurrió, pero los hombres juiciosos que sobrevivieron al horror sí se preguntaban sobre el valor - el sentido - de su vida.

 

En El polaco J. M. Coetzee escribe el cuento de un pianista viejo que flirtea con una mujer 20 años más joven que él. A la mujer no le conmueve su música ni le atrae su figura, sin embargo, pasa tres noches con él. Cuando muere, la mujer acude a su apartamento de Varsovia y encuentra un puñado de poemas dedicados a ella. No tienen mucho valor, pero le reprocha, "¿Por qué no me dijiste: No puedo vivir sin ti?".

 

El libro que escribe el destino es mi propia vida. Uno puede ser mentiroso, torpe o manierista si escribe sobre sí mismo, solo al destino es veraz. Estoy leyendo el capítulo que acaba de escribir. Rodaba por el asfalto bajo la lluvia cuando sonó el teléfono. Rodar bajo la lluvia puede ser una de las formas de la felicidad. Más tarde, sin que yo le pidiese nada, me dijo: No voy a volver. No era necesario.

 

Cuando llegas a lo alto de la montaña no necesariamente a la cima, al cordal, de pronto ves el fondo del otro valle. Del que venías era todo subida. El que tienes enfrente todo es bajada. Los que están subiendo, tras sucesivos repechos, solo tienen en mente la cresta y después la cima. A los que han coronado, a menudo, les entra el vértigo de la bajada.

 

La mayoría de quienes han estado bajo la barbarie callan. Hay algo quizá peor que la muerte, la pérdida de la dignidad. La barbarie se distingue por la inhumanidad. Los bárbaros reducen a los hombres a su primitiva animalidad. Los supervivientes, humillados, se preguntan, ¿por qué preferí la vida?, ¿qué hice para sobrevivir ahí donde tantos, la mayoría, murieron?

 

Quien ha llegado a la cresta no quiere renunciar a seguir subiendo, pero teme la bajada. El polaco no acepta la decrepitud, pero no sabe, quizá no tenga la energía suficiente, cómo mantener en pie su dignidad. En el cuerpo de la mujer ve el reflejo de la potencia perdida, con temor la corteja, pero no puede decirle: "No puedo vivir sin ti", porque sabe que esa no es la cuestión verdadera.

 

Es difícil escribir sobre uno mismo atendiendo a la verdad. El destino no miente.

 

Has visto a un animal moribundo, ¿has visto la mirada de un hombre sobre el animal moribundo, el matarife que hiende el cuchillo en el cuello de un cerdo; la fila de corderos a punto de ser sacrificados el día de la Pascua? Al menos al toro se le da una oportunidad, se le confiere el privilegio de ser protagonista, admirado y temido. Algunos, si pudiesen, crearían hospitales y residencias para toros bravos, como no está en sus manos se conforman con caniches.

 

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