viernes, 31 de octubre de 2025

El hombre en busca de sentido

 

 


 

Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la libertad humana, la libre elección de la acción personal ante las circunstancias para elegir el propio camino.

 

En el periodo de entreguerras, entre 1919 y 1939, el círculo de Viena articuló el pensamiento europeo: había que pensar científicamente. Solo tenían sentido las proposiciones que nacían de la experiencia y se formulaban lógicamente; las proposiciones metafísicas carecían de sentido.

 

Frente a ellos un poderoso filósofo, Martin Heidegger, se preguntaba sobre la esencia y las verdades últimas. ¿Qué es el ser? 

 

Los filósofos del círculo fundaban su optimismo - hablaban de sí mismos como positivistas lógicos, también como empiristas - en su fe en la ciencia y la racionalidad como herramientas de progreso social. Heidegger, por el contrario, era un pesimista metafísico: el hombre ha sido arrojado al mundo para morir. 

 

La segunda Guerra Mundial y sus horrores fue un jarro de agua fría sobre el optimismo positivista. Los filósofos del círculo abandonaron Viena hacia las universidades americanas; algunos de ellos murieron en los campos de exterminio. Aunque Heidegger había perdido la guerra, pues había sido un servidor nazi, parecía haber ganado la batalla del pensamiento: hay valores que trascienden la materialidad.

 

Víctor Frankl era un médico vienes, un psiquiatra judío. Más joven que los miembros del círculo, coincidió, sin embargo, con la efervescencia intelectual vienesa. Los círculos intelectuales a los que pertenecía corrían en paralelo a los de Moritz Schlick y Rudolf Carnap, sin encontrarse. Eran los círculos del psicoanálisis. Se podría decir que Frankl era un hijo díscolo de Freud y un hermano, también díscolo, de Víctor Adler. 

 

Hay una figura relacionada con el Círculo de Viena con la que Víktor Frankl, sin embargo, podría emparentarse, Ludwig Wittgenstein. Para los filósofos del círculo los enunciados éticos no podían ser verificados empíricamente, por lo que los situaban fuera del ámbito científico: eran “pseudo-proposiciones emotivas”. Wittgenstein, por su parte, separaba 'lo que puede ser dicho’, de lo que solo puede ser 'mostrado'. La ética es irreductible al análisis lógico, está en el ámbito de la conducta, que sin buscarlo se convierte en ejemplar. La propia biografía de Wittgenstein, consciente de los límites del método científico, puede leerse de ese modo.

 

El sentimiento que se convierte en sufrimiento deja de serlo en cuanto nos formamos una idea clara y precisa de él. Spinoza

 


Víctor Frankl, por ser judío, fue encerrado en varios campos de concentración entre 1942 y 1945. En 1946 publicó un libro capital: El hombre en busca de sentido. En él, además de contar las penalidades, la deshumanización a la que eran sometidos los prisioneros, reflexiona sobre el sentido. El sufrimiento de los campos, el sufrimiento del hombre no puede ser en balde. Frente a la ‘voluntad de placer’ de Freud y a la ‘voluntad de poder’ de Adler, Frankl oponía la ‘voluntad de sentido’. A partir de Nietzsche: Conoce el porqué de tu existencia y podrás soportar casi cualquier cómo, ofrece una ética basada en la voluntad. El hombre tiene la necesidad profunda de encontrar un sentido único y personal en su existencia, incluso en condiciones de extremo sufrimiento el hombre puede decidir qué valores le guían por encima de los condicionantes biológicos y sociales para vivir de acuerdo con una ética basada en el significado y la autotrascendencia. De ese modo la conducta del hombre libre y responsable se convierte en ejemplar. La influencia inmediata de una determinada conducta siempre es más eficaz que las palabras. La responsabilidad personal contribuye al bienestar social, un compromiso con la dignidad y la humanidad.

 

Wittgenstein no hizo proposiciones éticas, fórmulas para la buena vida, porque la ética está fuera de los límites del lenguaje; la ética es el mundo de lo inefable, el misterioso mundo de los valores. Balbucea y dice que lo bueno solo puede ser mostrado. Y a ello se aplicó con torpeza. Frankl, sacudido por la experiencia del horror, concibió la necesidad de una terapia existencial, más allá de lo racional, que colocara la ética y el sentido en el centro de la práctica vital y profesional.

 

Wittgenstein vivió una vida austera y sin concesiones, aunque nunca pasó por su cabeza convertirse en un modelo de moralidad. Frankl fundó una psicoterapia, la logoterapia, cuyo fin era encontrar un sentido personal que hiciese valiosa y digna la vida.

 

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