Ante el ruido presente, que a muchos nos resulta
insoportable, una parte de la imaginación se dispara hacia el futuro: nunca ha
habido tantas series de ciencia ficción como en el presente, entre la esperanza
y el temor a la llegada de la IA. Otra parte se entretiene con las películas de
acción, ya que no podemos dar cuenta de los malvados en la realidad, al menos
imaginar que acabamos con ellos en las películas (o en los videojuegos), donde
nos identificamos con héroes sobrehumanos que restauran el bien. Y una parte,
quizá más pequeña, mira hacia atrás, hacia un tiempo que no vivimos, pero nos
han contado, más pobre pero lleno de esperanza.
Hay un puñado de películas que buscan su escenario en
la montaña. El bosque, las cimas nevadas, las praderas de altura, las aldeas,
el ganado.
En Vermiglio, película italiana del 2024, la
añoranza se sitúa en una aldea de los Alpes a finales de la Guerra Mundial. La
dureza del momento está presente: los hombres que vuelven malheridos de la
guerra, la pobreza que se enfrenta con patatas y leche de la vaca o de las
cabras, la prole familiar - cada año una boca más que alimentar -, la
imposibilidad de enviar a los hijos a estudiar a la ciudad por falta de
medios.
El padre de la familia, con una buena mata de pelo
cano, es el maestro: cada año deja preñada a su mujer; en la escuela, trata
desigualmente, con dureza, a sus propios hijos según sus capacidades; es comprensivo,
pero ejerce la autoridad del patriarca; la familia no puede alimentar una boca
más, pero compra discos porque la música es su gran afición: "el espíritu
necesita alimento"; se vale de la música -Las cuatro estaciones de
Vivaldi- para que los niños conecten con la naturaleza.
Pero no solo comparece el drama de la pobreza, en
parte asociada a las costumbres ancestrales: la religión y la superstición, el
desconocimiento de los remedios científicos y la incultura en general, también
el honor. Hay un combatiente siciliano que huye de la guerra, hay una historia
de amor, hay un drama pequeño para la familia, pero grande para la mujer que lo
vive. El hijo que nace podría haber sido una tragedia para ella, pero puede ser
fuente de esperanza para salir de ese lugar y de esa época.
Vermiglio
forma parte del mismo movimiento del espíritu que Una quinta portuguesa,
la añoranza de lo que hemos perdido: era duro, pero la promesa iluminaba el
futuro, en cambio ahora, parece interrogarnos.
Maura Delpero lo cuenta maravillosamente: trabaja con
primor el encuadre y la luz, el ritmo que va pautando la música que sale del
gramófono del maestro, el habla de los personajes que, como el resto de los
elementos, es contextual, no hay nada enfático, todo al servicio de la
narración, sin que ningún elemento retórico destaque sobre los demás. Es una
lástima, pero como el resto de las películas que tienen algo que decirnos
pasará inadvertida.
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