viernes, 19 de septiembre de 2025

Vermiglio

 


 

Ante el ruido presente, que a muchos nos resulta insoportable, una parte de la imaginación se dispara hacia el futuro: nunca ha habido tantas series de ciencia ficción como en el presente, entre la esperanza y el temor a la llegada de la IA. Otra parte se entretiene con las películas de acción, ya que no podemos dar cuenta de los malvados en la realidad, al menos imaginar que acabamos con ellos en las películas (o en los videojuegos), donde nos identificamos con héroes sobrehumanos que restauran el bien. Y una parte, quizá más pequeña, mira hacia atrás, hacia un tiempo que no vivimos, pero nos han contado, más pobre pero lleno de esperanza.

 

Hay un puñado de películas que buscan su escenario en la montaña. El bosque, las cimas nevadas, las praderas de altura, las aldeas, el ganado. 

 

En Vermiglio, película italiana del 2024, la añoranza se sitúa en una aldea de los Alpes a finales de la Guerra Mundial. La dureza del momento está presente: los hombres que vuelven malheridos de la guerra, la pobreza que se enfrenta con patatas y leche de la vaca o de las cabras, la prole familiar - cada año una boca más que alimentar -, la imposibilidad de enviar a los hijos a estudiar a la ciudad por falta de medios. 

 

El padre de la familia, con una buena mata de pelo cano, es el maestro: cada año deja preñada a su mujer; en la escuela, trata desigualmente, con dureza, a sus propios hijos según sus capacidades; es comprensivo, pero ejerce la autoridad del patriarca; la familia no puede alimentar una boca más, pero compra discos porque la música es su gran afición: "el espíritu necesita alimento"; se vale de la música -Las cuatro estaciones de Vivaldi- para que los niños conecten con la naturaleza.

 

Pero no solo comparece el drama de la pobreza, en parte asociada a las costumbres ancestrales: la religión y la superstición, el desconocimiento de los remedios científicos y la incultura en general, también el honor. Hay un combatiente siciliano que huye de la guerra, hay una historia de amor, hay un drama pequeño para la familia, pero grande para la mujer que lo vive. El hijo que nace podría haber sido una tragedia para ella, pero puede ser fuente de esperanza para salir de ese lugar y de esa época. 

 

Vermiglio forma parte del mismo movimiento del espíritu que Una quinta portuguesa, la añoranza de lo que hemos perdido: era duro, pero la promesa iluminaba el futuro, en cambio ahora, parece interrogarnos. 

 

Maura Delpero lo cuenta maravillosamente: trabaja con primor el encuadre y la luz, el ritmo que va pautando la música que sale del gramófono del maestro, el habla de los personajes que, como el resto de los elementos, es contextual, no hay nada enfático, todo al servicio de la narración, sin que ningún elemento retórico destaque sobre los demás. Es una lástima, pero como el resto de las películas que tienen algo que decirnos pasará inadvertida.

 


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