lunes, 29 de septiembre de 2025

Un matemático fundamenta la ética

 

 


En 1933 el espíritu alemán se desangraba en las calles, comenzaba una época de horror que duraría hasta 1945. Einstein, al no regresar de uno de sus viajes, fue despojado de la ciudadanía alemana. David Hilbert, cuando se le preguntó si el instituto de matemáticas de Gotinga que dirigía estaba sufriendo por haber perdido a todos sus judíos y filojudíos, respondió con sequedad: "Qué va. El instituto ha muerto".

 

Mientras en Viena los ecos nacionalsocialistas llegaban en forma de revueltas callejeras, el matemático Karl Menger, del Círculo de Viena, se preguntaba si era posible fundamentar los valores de un modo científicamente válido. Rudolf Carnap era de la opinión de que estos carecían de un significado cognitivo en virtud de un criterio empirista del significado. Wittgenstein proclamaba que en el mundo no hay valor y, en caso de que lo hubiera, no tendría en sí ningún valor.

 

Los problemas sociopolíticos y las cuestiones de ética se imponían a todo el mundo a diario. Las calles ardían, las clases fueron suspendidas. Un año después se produjo un golpe de estado y el asesinato del canciller Dollfus. Entonces Menger intentó desarrollar una ética libre de valores, una ética formal por encima de las discrepancias políticas. ¿Puede haber una respuesta desde el pensamiento exacto? Como matemático pensaba que podía ayudar a crear una ética de esa clase. Kant había buscado algo parecido con una ética formalizada basada en la razón pura, el problema, según Menger era que el imperativo categórico kantiano (Actúa de tal forma que el principio de tu acción pueda ser elevado a ley universal, sin estar condicionado a ningún fin o deseo particular) no tenía en cuenta la diversidad de puntos de vista de una sociedad. ¿Qué sucede con aquellos a los que su voluntad les pide otras leyes distintas? Un imperativo es una orden, pero ¿quién da esa orden?, se preguntaba Moritz Schlick. El 'deber' es quien lo ordena, decía Kant. ¿No será el del deber otro nombre con el que llamar a Dios? ¿Pero Dios no ha muerto? Y ¿por qué deberíamos obedecer ninguna orden? Autodisciplina, respondía Kant. El hermoso y sublime instinto moral, replicaba Schlick, siguiendo a Nietzsche. Los valores morales absolutos no existen, el único modo de concebir un principio moral es tomarlo como parte intrínseca de la naturaleza humana. La moralidad forma parte del instinto social de cada individuo y se halla arraigada en las experiencias universales del placer y el dolor, la dicha y el sufrimiento. La moral, decía Schlick, no viene vestida de monja, al contrario, la conducta moral emana del placer y del dolor.

 


Los filósofos tradicionales cuando pensaban sobre ética buscaban: Definir el concepto de modalidad, entender la esencia de la bondad y hacer una lista de deberes. Karl Menger, por el contrario, quería hacer compatibles formalmente distintas normas morales o legales, evitando hablar de valores. Dicho de otro modo, cómo aplicar el principio de tolerancia en una sociedad de intolerantes.

 

Menger se aplicó en formular principios éticos de manera axiomática y lógica: reglas universales para la conducta similares a las leyes en matemáticas. Menger proponía que las normas éticas pueden ser construidas con rigor formal, con independencia de las circunstancias históricas o culturales, de ese modo los problemas morales pueden ser tratados como teoremas, partiendo de axiomas básicos sobre el valor y la acción moral, premisas simples de las que se pueden deducir todas las normas morales. Por ejemplo, “Si una acción es universalmente deseada por todos los individuos racionales en igualdad de circunstancias, esa acción es moralmente justa”.

 

Una de las derivadas de la aspiración de Menger de encontrar un modo formal de estudiar la ética es la teoría de juegos aplicada a la ética. Cómo abordar con exactitud cuestiones como el reparto justo o el uso de recompensas y castigos, y conceptos como el interés propio y el del bien común. "Solo en el juego podemos llegar a entender el sentido de la vida", sostenía Schlick. En el juego se liberan nuestros actos del sentido de necesidad. 


Esto lo explica con erudición, facilidad y amenidad Karl Sigmund en El Sueño del Círculo de Viena.


 


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