Hay ficciones - una novela, una película, incluso una
biografía - de las que nos interesa más, al menos a mí, cómo se han hecho que
lo que nos cuentan. Se cuenta de algunas películas que los actores se enteraban
de lo que tenían que interpretar justo antes de ponerse delante de las cámaras
(si no recuerdo mal, Casablanca o Hatari, entre otras). Es la
impresión que he tenido viendo Sirat.
Imagino que el equipo que hizo esta película se lo
pasó en grande haciéndola. O puede que no. Es evidente el espíritu de road
movie. Por eso, la sensación de improvisación: como si el paisaje del
desierto, los obstáculos, el calor, la sed, la tormenta de polvo, la necesidad
de gasolina, generasen por sí mismos las escenas a rodar del día. A esa misma
sensación contribuyen los personajes que hacen de actores - que parecen sacados
de la misma rave real con que comienza la película -, pues no parecen tanto
actores como personajes representándose torpemente a sí mismos. Y de ellos el
más torpe, precisamente, el único actor profesional, Sergi López. También para
Oliver Laxe valdría lo que Renoir decía de sus actores, que tenía menos interés
por los personajes que interpretaban que por ellos mismos.
Hay algunos elementos incrustados que sirven a la
dramatización. Es difícil adivinar si estaban en un guion previo o son
igualmente fruto de la improvisación. La idea del fin del mundo como
consecuencia de una tercera guerra mundial, el accidente del niño, las minas
enterradas parecen emanaciones del paisaje en la mente asustada del urbanita.
Por eso en una película como esta tan interesante como la propia película sería
ver un making off.
Aunque me falta la mitad de lo que me gustaría ver: el
día a día del equipo durante el rodaje, el trabajo de los guionistas, la vida
de actores y trabajadores, el sustento, las tensiones, odios y amores, los
obstáculos inesperados, la improvisación, la película es notable precisamente
porque se sale de la norma. Casi todo lo que vemos en la vida real es
convencionalismo, papilla masticada cien veces. Sirat es otra cosa. A lo que
más me ha recordado es a ¡Hatari! (1962) de Howard Hawks. Hawks, como Laxe en Sirat,
con sus personajes y paisaje, se entregó a la improvisación creativa. Hawks
priorizó la inmediatez del rodaje, dejando que sus personajes se desenvolviesen
en un entorno hostil, extraño para el espectador urbanita. Laxe ha hecho lo
mismo. Laxe pertenece al grupo de autores que descubren mientras buscan. Sirat
gana por contraste con la banalidad a que nos hemos habituado.
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