De izqda. a dcha., Helene, Paul, Hermine, Ludwig y Margaret en la década de 1890 |
Hay quien no se resigna a llevar una vida mediocre. La mayoría sí, aunque no sabe que lo hace. La primera condición es que puedas hacerlo, que se te ofrezca la posibilidad de vivir una vida propia. A la mayoría solo se le ofrece entretenimiento y aspiraciones, en el caso de que sean inquietos: vidas ejemplares a las que admirar en la distancia. Los hijos de la familia Wittgenstein tuvieron la oportunidad de ser ejemplares.
Karl, el fundador, pudo hacerse rico en la época en que eso era posible. Su inteligencia y don de la oportunidad lo convirtió en una de las riquezas más grande del Imperio Austrohúngaro. Sus ocho hijos pudieron disponer de una enorme fortuna. Qué hacer en un caso así, qué hacer con la propia vida.
No todos tuvieron el carácter de salir indemnes de tal don. Dos de ellos se suicidaron pronto. Dos hijas más vivieron vidas familiares que les permitían más o menos vivir en el anonimato. Uno más hubiese hecho lo mismo si la guerra no le hubiese puesto a prueba: también se suicidó en este caso para salvar su honor. Quedaban tres, que de uno u otro modo hicieron popular el apellido Wittgenstein. Gretl era una mujer alegre y simpática con una gran vida social. Conocía a quien había de conocer y sacó provecho de ello.
Los hermanos Ludwig (izqda.) y Paul Wittgenstein en una foto de 1909 |
Los personajes realmente populares de esta saga fueron Paul y Ludwig. El primero, un pianista famoso porque ofrecía conciertos de piano con solo la mano izquierda. El segundo porque fue uno de los filósofos más importantes del siglo XX, si no el que más.
Seguir los avatares de la familia es seguir la historia trágica europea del siglo XX. Se educaron en el momento más brillante de Viena, una ciudad cosmopolita en la que convivían las mentes más brillantes de la arquitectura, el arte, la psicología, la música y la ciencia. Asistieron a la agonía del Imperio como protagonistas en la primera Guerra mundial, en la que Paul perdió el brazo, Kurt se suicidó y Ludwig se entregó en cuerpo y alma como patriota, sin por ello dejar de pensar como filósofo. De hecho escribió en el frente su obra más famosa, el Tractatus logico-philosophicus. Como judíos sufrieron el ascenso del nazismo. Algunos escaparon a tiempo. Ludwig a Cambridge, Paul y Gretl a Estados Unidos. Otros tuvieron que entregar su fortuna para quedar a salvo.
La ejemplaridad de Gretel consistió en negociar con los nazis para salvar la vida de sus hermanas que quedaban en Viena. Esta parte, la negociación y chantaje de los nazis a la familia, es contada por el autor de La familia Wittgenstein como un thriller. La posguerra consumió sus vidas. La de Paul con la voluntad de sobreponerse a su minusvalía. Ludwig escogió el camino más difícil: vivir una vida propia. Su filosofía era indistinguible de su vida. Limpiar el lenguaje de adherencias tenía su correspondencia en una vida ética.
Pero la realidad casi siempre viene a estropear nuestro mejor propósito. La negociación con los nazis de Gretl privó a la familia de una gran parte de su fortuna y destruyó la convivencia familiar. Los Wittgenstein no perdieron la vida, como a tantos otros menos afortunados les sucediera, pero si su vida interior. Paul fue un esforzado pianista pero no el genio que pudo haber sido. Ludwig comprobó que la realidad, como ingeniero aeronáutico en Manchester, como patriota en la guerra, como arquitecto en Viena, como maestro de escuela en los Alpes, como ayudante de jardinero en un monasterio, como filósofo en continua contradicción en Cambridge, no se amolda a nuestros deseos.
"Todo lo que puedes decirse puede decirse con claridad y, si de algo no se puede hablar, mejor es callarse". Prólogo del Tractatus.
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