La terraza de un bar, mejor si está ligeramente elevada, es un magnífico lugar para certificar los cambios en el paisaje urbano. Primero de a poquitos y ahora aceleradamente un nuevo habitante la está reconfigurando.
Una pareja de treintañeros pasa en bici por la carretera que tengo delante. La mujer desfila en primer lugar: en una cesta delantera lleva el chucho bien arropadito. Cada vez se ven menos runners tirando de una cadena y más ciclistas portando, en diferentes tipos de vehículos, a su adorado perrito: en cestos como es el caso, en mochilas portabebés contra el pecho donde ya no hay bebés, en remolques de tres ruedas con ventana plastificada. El hombre va detrás como asegurando que no haya incidentes de tráfico.
De pie tres hombres conversan largamente. Cuarentones. Una conversación que se va hilando con una frase que se repite: "Bueno. Ya nos veremos". Los dos hombres se toquetean como recordando una antigua amistad o al menos un viejo conocimiento. Ella va riendo con sonidos sonoros. El que se va es el que yo había supuesto pareja de la mujer. Cuando al fin se sientan, ella recoge en su regazo al perrito que yo no había visto. Lo acaricia en el cuello, bajo la barbilla, le hace zalamerías y arrumacos y le va dando trocitos del bocadillo que tiene sobre la mesa.
En la mesa que está junto a la mía se acaba de sentar otra pareja. Cincuentones. También es la mujer quien acoge al perrito en su regazo. No tienen conversación tan solo gesticulan con mimitos e interjecciones y alguna que otra frase como se hablaría a un bebé. Caricias besitos arrullos. El hombre entra en el bar para la comanda. Entonces el perrito se queja con pequeños ladridos que atraen hacia la mujer la sonrisa y solidaridad de sus vecinos. Se intercambian frases de mesa a mesa. "O cómo lo echa de menos". "Pobrecito, qué encanto". La mujer ha sacado un pequeño bebedero, en un extremo del cual el hombre, ya de vuelta, va añadiendo agua dando la vuelta a una botellita, apretando para que salgan chorritos que en el otro lado el chucho lametea. No hay nada que distraiga a la pareja, toda la atención para el chucho.
Junto a otra mesa más lejana se arremolina una familia numerosa. Dos abuelos sesentones. Ella con otro perrito, este con cadena. Y junto a ellos varios nietos que lo acaricia una y otra vez.
Cuando la pareja del bebedero se levanta entra en conversación con la primera. Una conversación sobre chuchos, lo cariñosos que son, lo entretenidos que les tienen. Se les ve felices a unos y otros.
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