Podría decirse que la primera frase de la metafísica de
Aristóteles, "Todos los hombres desean por naturaleza saber", es el
parteaguas del hombre que toma conciencia de si y del mundo. Aunque como en
todas las frases apodícticas pronto se encuentran fallas. La primera es que no
son todos los hombres, aunque sí se puede decir que para una parte conocer es
lo que les guía. Entonces, divide a la humanidad en dos. Tampoco podría decirse
que a partir del parteaguas el hombre se desliza en una u otra dirección. Quizá
unos hombres sí y otros no. Quien decide saber no se desliza vertiente abajo,
sino que obstinadamente como Sísifo empuja su voluntad vertiente arriba, para
dejarse caer y volver a empujar.
Quien quiere saber busca conductas ejemplares para no
sentirse solo y pugnar con su desaliento. Pero, comprueba, no hay hombres de
una pieza. El hombre sabio está lleno de dudas y caídas. Su biografía está
llena de tachas. Yerra, peca, se desespera. Es soberbio y al mismo tiempo se
humilla. Renuncia a los bienes de este mundo, pero al tiempo busca subterfugios
para no vivir en la miseria. Sus seguidores o discípulos le admiran, pero en la
distancia para no compartir los rigores de su vida austera, sin admitir por
ello sus contradicciones.
Nuestro torpe progreso moral tiene su correspondencia en una
constitución corporal hecha de remiendos evolutivos, especialmente de las
partes mal cosidas de nuestro joven cerebro sin tiempo para haber testado su
adaptación a una realidad en continuo tránsito.
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