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Imágenes recientes del telescopio Vera C. Rubin |
El universo va de lo muy grande a lo muy pequeño o, al revés,
de lo diminuto teorizable a lo lejano imaginable, pero ambos invisibles. La
ciencia amplía nuestra perspectiva: el mundo es cada vez más ancho, más
profundo, más cercano y más lejano, hasta llegar al infinito. Los límites son
imprecisos por arriba y por abajo, porque incluso cuando imaginamos hablamos de
infinito o infinitos. En el mundo no hay esquinas en las que podamos
escondernos, sino ondas y esferas que nos retienen y transportan, siempre zarandeándonos.
Aunque hasta esta afirmación, el yo que habla, es discutible, por
inverosímil. Este yo es un brevísimo paréntesis de comprensión, de breve
consistencia. Es una osadía afirmarse como tal.
Nada sabemos del origen y tampoco del final, aunque nuestra
imaginación, tan fértil, siempre está enredando. Somos tiempo en un espacio
complejo. Mira que nos cuesta comprenderlo. No hay nada fijo en lo que llamamos
cuerpo - esta UTE, Unión Temporal de Empresas que nos constituye -, siempre
está mutando: lo alimentamos defecamos intercambiamos fluidos absorbemos en
cada respiración la materia que está en el aire, expulsamos lo que
aparentemente somos. Todo se mueve en nuestro cuerpo, células que nacen y
mueren, organismos simbióticos y dañinos, en un equilibrio tan inestable como
temporal, como una célula, como el sistema solar, como la Vía Láctea y demás
superconjuntos cósmicos. Férreas leyes nos hacen y deshacen, a las que podemos comprender,
pero no paralizar.
A ojos grandes somos un cuerpo, a pequeños, una conjunción de
cosas. Aún no somos capaces de entender de dónde proviene está arrogancia: yo.
Y su misterio: comprender.
Y, sin embargo, la genista ha vuelto a florecer moteando de
amarillo la pradera. Las orquídeas. La procesionaria ya ha descendido de los pinos y ha
anidado bajo la tierra apelmazada. El verde una vez más se ha apoderado del
planeta azul. Las mariposas revolotean a mi alrededor, blancas moteadas, grises
y amarillas, cubriendo la amplia gama del espectro y de las formas. Los
senderos se han cerrado y vuelto a abrir. Los pájaros cantan enloquecidos.
Pocas alegrías tan grandes como ser sobrevolado por el canto de una alondra mientras
caminas o ruedas. El sol abrasa antes de que un manto de lluvia torrencial
alivie el calor. Quizá hay menos bichos que antaño, todo el mundo lo dice, pero
aun así hay que apartarlos con las aspas de los brazos.
Es tan breve este instante en que puedo decir, yo, yo que
contemplo. Tan breve la ilusión de pertenecerme, de que alguien me diga con el
dorso de la mano en mi mejilla Por qué sonríes. Qué te hace feliz.
Lanza tu vista a la lejanía de los campos verdes y amarillos.
Escucha los ruidos invisibles del bosque. Vive como lo hacías sin saber lo que
se oculta. Tú ahora, aquí, haz de este el instante eterno. Cuéntate ese cuento.
"Un panda o una secuoya
representan una magnitud de evolución que se da solo raramente. Se requiere un
golpe de suerte y un largo periodo de prueba, experimentación y fracaso. Una
creación tal es parte de la historia profunda y el planeta no tiene los medios,
ni nosotros el tiempo, para verla repetida". Edward O. Wilson en La diversidad
de la vida (1992).
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