miércoles, 25 de junio de 2025

Yo, un golpe de suerte

 

 

                              

Imágenes recientes del telescopio Vera C. Rubin



El universo va de lo muy grande a lo muy pequeño o, al revés, de lo diminuto teorizable a lo lejano imaginable, pero ambos invisibles. La ciencia amplía nuestra perspectiva: el mundo es cada vez más ancho, más profundo, más cercano y más lejano, hasta llegar al infinito. Los límites son imprecisos por arriba y por abajo, porque incluso cuando imaginamos hablamos de infinito o infinitos. En el mundo no hay esquinas en las que podamos escondernos, sino ondas y esferas que nos retienen y transportan, siempre zarandeándonos. Aunque hasta esta afirmación, el yo que habla, es discutible, por inverosímil. Este yo es un brevísimo paréntesis de comprensión, de breve consistencia. Es una osadía afirmarse como tal. 

 

Nada sabemos del origen y tampoco del final, aunque nuestra imaginación, tan fértil, siempre está enredando. Somos tiempo en un espacio complejo. Mira que nos cuesta comprenderlo. No hay nada fijo en lo que llamamos cuerpo - esta UTE, Unión Temporal de Empresas que nos constituye -, siempre está mutando: lo alimentamos defecamos intercambiamos fluidos absorbemos en cada respiración la materia que está en el aire, expulsamos lo que aparentemente somos. Todo se mueve en nuestro cuerpo, células que nacen y mueren, organismos simbióticos y dañinos, en un equilibrio tan inestable como temporal, como una célula, como el sistema solar, como la Vía Láctea y demás superconjuntos cósmicos. Férreas leyes nos hacen y deshacen, a las que podemos comprender, pero no paralizar.

 

A ojos grandes somos un cuerpo, a pequeños, una conjunción de cosas. Aún no somos capaces de entender de dónde proviene está arrogancia: yo. Y su misterio: comprender.

 


Y, sin embargo, la genista ha vuelto a florecer moteando de amarillo la pradera. Las orquídeas. La procesionaria ya ha descendido de los pinos y ha anidado bajo la tierra apelmazada. El verde una vez más se ha apoderado del planeta azul. Las mariposas revolotean a mi alrededor, blancas moteadas, grises y amarillas, cubriendo la amplia gama del espectro y de las formas. Los senderos se han cerrado y vuelto a abrir. Los pájaros cantan enloquecidos. Pocas alegrías tan grandes como ser sobrevolado por el canto de una alondra mientras caminas o ruedas. El sol abrasa antes de que un manto de lluvia torrencial alivie el calor. Quizá hay menos bichos que antaño, todo el mundo lo dice, pero aun así hay que apartarlos con las aspas de los brazos.

 

Es tan breve este instante en que puedo decir, yo, yo que contemplo. Tan breve la ilusión de pertenecerme, de que alguien me diga con el dorso de la mano en mi mejilla Por qué sonríes. Qué te hace feliz.

 

Lanza tu vista a la lejanía de los campos verdes y amarillos. Escucha los ruidos invisibles del bosque. Vive como lo hacías sin saber lo que se oculta. Tú ahora, aquí, haz de este el instante eterno. Cuéntate ese cuento.

 

"Un panda o una secuoya representan una magnitud de evolución que se da solo raramente. Se requiere un golpe de suerte y un largo periodo de prueba, experimentación y fracaso. Una creación tal es parte de la historia profunda y el planeta no tiene los medios, ni nosotros el tiempo, para verla repetida". Edward O. Wilson en La diversidad de la vida (1992).

 


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