jueves, 15 de mayo de 2025

Vivir en la tierra. Peter Godfrey-Smith

 

 


A pesar de su aparente fragilidad, la vida lleva, quién lo diría, una cuarta parte de la edad del universo, aunque es verdad que solo podemos como especie con conciencia dar cuenta de los últimos 30 minutos, si considerásemos la historia de la tierra reducida a un año. No tardó mucho, pues, en aparecer la vida en el planeta, después de que el polvo, las rocas y el fuego se asentasen y enfriasen y de que unos cuantos asteroides aportasen le enorme masa de agua que hoy constituyen los océanos. La vida surgió moldeada por la tierra, que a su vez fue moldeada por la vida, constituyendo un todo único, para algunos, un organismo que se autorregula.

 

Tuvieron que darse, y mantenerse, unas condiciones únicas, una temperatura del agua, ni congelada ni hirviente, una adecuada salinidad del mar, controlada por la cantidad de CO2 en la atmósfera, para que, con la división de las moléculas de agua, en "la reacción más fundamental de cuentas han tenido lugar en la tierra", la fotosíntesis oxigénica, apareciese la vida, prosperase y se ramificase en formas que la fantasía difícilmente podría imaginar. ¿Cómo hemos tenido tanta suerte? Tim Lenton, defensor de la hipótesis Gaia, cree que podría haberse dado un escenario en el que la vida en el planeta comenzó, luego colapsó, luego comenzó de nuevo, siendo un poco diferente, y así una y otra vez, hasta que encontró una manera estable de hacer las cosas, una especie de ensayo y error.

 

Pero sucedió, la energía que el sol emite en forma de radiación fue atrapada por las moléculas captadoras de luz que poseen bacterias y plantas y transformada en energía química mediante la fotosíntesis y parte de esta, a su vez, transformada en movimiento para poner en marcha la vida.

 

Los antepasados de nuestra especie empezaron a usar herramientas y, más tarde, hace un millón de años, el fuego. Cocinar no está en los genes, aprendieron a hacerlo y lo transmitieron en entornos sociales. Un saber acumulado que ha dejado huella en los genes y que cambió la morfología y la fisiología - los intestinos, los dientes. Somos naturaleza, somos cultura. Los comportamientos basados en la cultura y la evolución genética se retroalimentan. La agricultura, el sedentarismo, el lenguaje, la escritura. Nuestras pautas de vida y nuestra mente, nosotros primates, se han visto impregnadas por la cultura.

 

La alfabetización tiene efectos significativos en nuestros cerebros. Aumenta el tamaño del cuerpo calloso, el principal conector entre los hemisferios izquierdo y derecho. Cómo afecta la tecnología de los teléfonos inteligentes a la atención y la memoria. En cada transición es pertinente preguntarse: ¿estamos mejor?

 

¿En qué me diferencio del resto de los seres vivos que pueblan el planeta? Ya sé que soy naturaleza, aunque como tantos no lo tengo presente. Mi naturaleza no es modular como los robles, los corales, los hongos o animales marinos como los briozoos, pequeñas unidades repetidas que funcionan juntas, en forma de espaguetis, musgo o ramas, como colonias. Soy más bien como las hormigas, las abejas o los pulpos, un organismo unitario, compuesto de partes que, a partir de una sola célula, crecen, envejecen y mueren. La experiencia consciente humana es un producto conjunto de nuestra naturaleza animal y de la cultura incardinada en nuestra existencia. Tengo la ilusión de identidad, ser yo mismo en el tiempo. Tengo experiencias y memoria lo que me da la sensación de continuidad, pero ¿acaso soy aquel niño que recuerdo, el confuso adolescente, el padre de mis hijos o el abuelo de mis nietos?

 

Parte de lo que nos da la sensación de poseer un yo definido es el sentimiento de que somos un sujeto en una historia coherente que se extiende a lo largo del tiempo... Reunimos viejos recuerdos en una historia coherente e intentamos dar sentido a la continuidad a través del cambio. Esto depende, a buen seguro, del lenguaje, nuestra gran herramienta narrativa. "Así soy yo".

 

Si pudiese prolongar mi vida por medios mecánicos, mi cerebro descargado en algún cacharro informático, cómo podría tener la seguridad de que ese y este yo que ahora piensa en ello sería el mismo. ¿Acaso volvemos al viejo dualismo cartesiano para creer que la mente puede vivir separada de los compuestos biológicos?

 

Sabemos que todo perece, un continuo renovarse de la vida. Estamos hechos de materia fungible que se va desgastando y consumiendo. La propia tierra tiene los días contados, también el sol y el mismo universo.

 

Cómo dar una idea del contenido de Vivir en la tierra. El autor se vale de su doble condición de filósofo y submarinista, australiano, para afianzar su idea con ejemplos que encuentra en el mar y en el cercano arrecife de coral junto a las ideas, tanto de autores clásicos como contemporánea, sobre el percibir y actuar en el planeta. La idea que transmite es la de continuidad de la vida. Incluso si hablamos del lenguaje y conciencia podemos remontarnos en la escalera de la vida, para ver cómo de un modo u otro los seres vivos se las han apañado para comunicarse entre ellos y actuar. La experiencia sentida está muy extendida en la vida animal. Se puede hablar de animales sintientes. Cabe preguntarse, incluso, qué tipo de animales hubieran podido desarrollar inteligencia y cultura si nosotros no hubiésemos estado aquí. Sorprendentemente, halla los mejores candidatos en las aves: El pergolero - y otros pájaros -, la cumbre de la ingeniería aviar, con sus enramadas, podría ser el mejor candidato.

 

Si el autor se pregunta por los orígenes, cómo surge la vida, cómo se aclimató y se extendió por el planeta, también lo hace sobre su futuro en la Tierra. Si somos naturaleza, si nada de la vida nos es ajeno, si una cadena de acontecimientos nos trajo hasta aquí, hermanados con el resto de los seres vivos, tenemos una responsabilidad con ellos. La forma en que los animales vivían en la tierra cambió cuando los humanos empezaron a criarlos, y de nuevo con la agricultura industrializada. Es probable que no podamos hacer mucho para revertir el cambio climático: una parte se debe a los ciclos del carbono y a los del sol y otra a nuestra propia actividad. No podemos desde Occidente exigir a los países pobres políticas climáticas ahora que se están saliendo de la pobreza.

 

El autor aboga, en cambio, por políticas conservacionistas. Es un escándalo el maltrato a los animales, la vida miserable de cerdos y pollos, el transporte, los mataderos. Hagamos un ejercicio mental, propone, si quisiésemos prolongar nuestra vida en otra vida, ¿querríamos vivir como un pollo o como un cerdo? No se trata de hacernos de golpe todos vegetarianos, ni de suprimir el dolor y la muerte, sino de devolverles la vida que ellos tendrían si viviesen en condiciones de naturaleza. Acabar con la ganadería industrial debería ser nuestra máxima prioridad en lo que respecta a las relaciones entre animales y humanos. Algo parecido sucede con la vida salvaje, la reducción de su hábitat, la extinción de especies y de la masa de individuos. El objetivo es ampliar las áreas protegidas, devolver una parte de la tierra a la vida salvaje.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente reflexión