El cielo está nuboso al despertarme.
Miro en la aplicación el mapa de situación que me dice que la nube con amenaza
de lluvia se desplaza hacia Andorra. Así que me dirijo con la bici en dirección
contraria, hacia el este, hacia el parque marítimo del Prat, detrás del
aeropuerto. Si vuelvo la cabeza, veo que, efectivamente, la nube oscura cubre
el macizo del Garraf. Allí llueve con intensidad, por donde voy, la lluvia ha
pasado.
Me cruzo con runners, una chica y un chico, a cuyos cuerpos el ejercicio
continuado ha dado forma. También con muchos ciclistas. El cuidado del cuerpo
es para muchos la actividad más preciada. ¿Qué hay del cerebro?
Los científicos dicen que la
capacidad craneal se está reduciendo. Dicen lo mismo los test de
inteligencia. Que los hombres tomados uno a uno vayan perdiendo inteligencia no
significa que en la humanidad ocurra lo mismo. Los procesos tecnológico-culturales
que hemos puesto en marcha nos ofrecen capacidades inauditas, de increíble
precisión. La humanidad se conoce a sí misma y al universo como nunca antes lo
había hecho. Sin embargo, cada vez somos más dependientes de esos procesos, a
los que se ha llegado por la suma de pequeños o grandes hallazgos de individuos
o comunidades más o menos aisladas. Se podría derivar que la humanidad es cada
vez es más inteligente y los individuos cada vez más idiotas. La humanidad
ensambla el móvil en el que estás leyendo; tú lo compras y lo usas, haces
scroll sobre las notificaciones que te llegan, pero qué sabes de los
conocimientos científicos y técnicos que nos han traído hasta aquí. Del
ensamblaje de la mayor parte de los objetos que nos hacen la vida fácil nada
sabemos; en caso de apagón prolongado, la vida sería difícil, cómo nos las
apañaríamos.
La humanidad se está partiendo en dos: los que controlan esos procesos, aunque
individualmente no acaben de entender cómo funcionan, y los consumidores sin
más. Aquellos son cada vez más ricos y poderosos y están llegando a pensar que
el mejor modo de gobierno del mundo es un nuevo autoritarismo para solventar el
entontecimiento general. El grueso de la humanidad, millones, no necesita
conocimientos, no necesita afinar su inteligencia. Si lo necesario para vivir
está a la mano con unas pocas rutinas básicas nos basta. Máquinas biológicas de
consumir. Nada en el horizonte que merezca la pena para los muchos, más allá de
la pura materialidad, tan solo una vida de consumo. Si la vida se torna
repetitiva y aburrida, sin horizonte de significados, la humanidad carecerá de
futuro, se agotará en sí misma.
Mientras escribo, al final del trayecto, con las pistas de despegue y
aterrizaje al otro lado, empieza la llovizna que va ganando en intensidad. Hago
mi viaje de regreso bajo la lluvia, la lluvia que según la aplicación debería
encaminarse hacia el Garraf, el Vallés, Andorra y Francia. Parece que,
inopinadamente, ha girado hacia el mar y hacia Barcelona. A la altura de Gavá
sale el sol. Al llegar a casa miro otra vez la aplicación, dice que está
lloviendo, sin embargo, el suelo está casi seco, aunque es evidente que ha
llovido, ahora no lo hace.
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