Con
el instrumento adecuado, extendido el neocórtex como una servilleta, veríamos
unas estructuras cilíndricas y verticales, de un milímetro cuadrado, perpendiculares
al cráneo que recubren, y que repiten el mismo circuito básico unas 150.000
veces. El neocórtex supone el 70% de nuestro cerebro, la parte nueva; la parte
antigua, el 30%. Esa columna cortical contiene un paquete de neuronas,
distribuidas en seis capas con funciones diferentes y jerarquizadas. A través
de ellas recibimos del exterior sensible, información que llega en forma de
pulsos, indiferenciados si llegan de los ojos, de la piel o del oído.
La columna cortical es un sistema sensoriomotriz, una unidad de procesamiento. Cada columna puede aprender modelos de cientos de objetos. Los modelos se basan en marcos de referencia… Estamos aprendiendo continuamente. Estamos enmendando constantemente nuestro modelo de mundo.
Aprendemos
moviéndonos; el universo es dinámico; ‘el
pensamiento es una forma de movimiento’, sostiene Jeff Hawkins. El cerebro es
como una caja negra, aislada y ciega, del mundo exterior solo recibe pulsos. Lo
que hacen es confirmar o modificar - modelar - la imagen previa, el modelo de
mundo que el cerebro tiene de las cosas. Las columnas corticales activan marcos
de referencia, que son como mapas de localización o coordenadas de los objetos
que aparecen ante nuestros sentidos. Así que no percibimos la realidad tal cual
es, sino que confirmamos o desechamos el modelo de mundo – una simulación - contenido
en nuestras columnas corticales. La captación de información a través de pulsos
se repite en las estructuras corticales que funcionas de manera semiautónoma, y
entre todas ellas reforman o convalidan, en una especie de votación, el modelo
de mundo que nos sirve para situarnos en la realidad. Lo que nosotros
percibimos es una suerte de consenso democrático entre ellas.
El cerebro envía fibras nerviosas a los músculos, los cuales mueven el cuerpo y sus sensores, modificando la parte del mundo que detecta el cerebro. Por tanto, el cerebro solo conoce un subconjunto del mundo real, y lo que percibimos es nuestro modelo del mundo, no el mundo mismo. Vivimos en una simulación, aunque la simulación no está en una computadora, sino en nuestra cabeza, lo que puede conducir a creencias falsas.
Más complicado es bajar al detalle de cómo la memoria y los procesos lógicos se almacenan en las conexiones dendríticas y las sinapsis de nuestras neuronas. Pregunta a un neuroquímico o a una IA especializada para que te lo explique. Lo importante es saber que no conocemos el mundo tal como es, sino que lo que confirmamos es el modelo de mundo que nuestro cerebro contiene.
Mediante selección natural, tenemos un cerebro nuevo o neocórtex y uno antiguo
con pates diversas que hemos heredado de nuestros antepasados reptilianos. El
primero es analítico y propositivo, el segundo controla las funciones básicas,
crea nuestras emociones, los deseos de sobrevivir y procrear y las conductas
innatas dirigidas a propagar nuestros genes: nos hace agresivos violentos y
codiciosos, nos hace mentir y engañar. La inteligencia y el razonamiento, por
tanto, suponen la última fase evolutiva del cerebro: ‘La inteligencia es la
capacidad de un sistema de aprender un modelo de mundo’, sostiene Jeff Hawkins.
La primera etapa, más antigua y larga en el tiempo, se ocupa de sobrevivir en
un mundo lleno de peligros y de transmitir la carga genética de cada individuo.
El cerebro antiguo adiestrado por la selección natural durante millones de años, cuando el azúcar era escaso y tenía valor de supervivencia, dice: “Dulces, quiero dulces, dame dulces". El cerebro nuevo, instruido por libros y médicos durante apenas unas décadas de exceso de azúcar, dice: “No, nada de dulces".
Llegados a este punto, inteligencia y replicación genética pueden entrar en conflicto.
En un mundo gobernado por la inteligencia, la cultura el razonamiento y las
leyes, el instinto asociado al cerebro antiguo puede convertirse en nuestro
enemigo. A menudo prevalece: caemos en la incitación a comer pasteles y
consumir alcohol, a defendernos a puñetazos y utilizar la violencia para
mantener una posición de privilegio sobre los demás. Si hablamos de
preservación y supervivencia no son lo mismo para el neocórtex
y para cerebro antiguo. El ‘gen egoísta’ (Dawkins) es ciego, compite por
replicarse por encima de cualquier consideración racional, para él la
preservación de la especie, el peligro de extinción de otras especies y del
propio homo sapiens, la prolongación de la vida inteligente más allá de nuestro
planeta no le dicen nada. Lo problemático es que ambos cerebros coexisten en
cada individuo y que las emociones no son controladas por la inteligencia, los
peligros a los que se enfrenta la humanidad: el nuclear o el cambio climático
al cerebro antiguo no le dicen nada. Si combinamos creencias falsas sobre el
mundo y emociones primitivas, nuestra supervivencia a largo plazo está en serio
peligro. Los dinosaurios vivieron 160 millones de años, nuestra vida parece más
amenazada que la suya. ¿Estamos condenados?
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