David Lynch como creador se debatió entre el realismo y el delirio. Tiene admirables películas realistas, donde domina el relato clásico como Una historia verdadera o El hombre elefante. Sin embargo lo que le ha hecho memorable son sus películas raras, donde el relato delirante aparece en primer plano. La fantasía y la ensoñación forman parte de nuestra realidad mental cotidiana tanto como el mundo de las convenciones. Si Lynch escoge mentes trastornadas como protagonistas de sus películas es porque en el trastorno se ve con más facilidad la complejidad de la mente. Quiso llevar esa concepción dual de la mente a la creación de películas. La mente tiene su propia dinámica, no sigue el curso lineal y lógico de un relato. Lynch organizó sus películas simulando la dinámica alborotada de la mente. Como todo creador, a veces acertó y a veces no. El Lynch creador está representado por la trilogía rodada de Los Ángeles de Lost Highway (1997), Mulholland Drive (2001) e Inland Empire (2006), quizá también por la serie Twin Peaks, pero es un momento no quise verla. Si uno quiere ver una sola de estas películas que escoja Mulholland Drive (Movistar).
En Lost Highway, David Lynch desordena deliberadamente el orden temporal, el antes y el después de un crimen y la condena. El aparentemente enigmático mensaje, "Dick Laurent está muerto", a través del telefonillo, da comienzo y finaliza la película; la reclusión en una celda a la espera de la silla eléctrica del protagonista es el eje sobre el que gira el tiempo y el orden/desorden del relato. Si el relato ordenado a que estamos acostumbrados es una ilusión, también lo es la identidad: el protagonista es al mismo tiempo un saxofonista de vida desahogada y un mecánico de coches, interpretado por dos actores diferentes, también con nombres diferentes; la esposa-amante, interpretada por una Patricia Arquette dual, rubia y morena, es un ama de casa convencional y una actriz del porno. Añade Lynch un personaje fantasmal en un contexto de realidad, un daimon (Robert Blake) que conduce la acción delirante del protagonista: se sobrepone al rostro de la esposa infiel que ha de morir y dispara al productor y amante de la esposa actriz. Si el hombre misterioso, el daimon, es el enlace entre el mundo delirante y el real, Andy amigo y manager de la esposa, es el personaje que anuda el presente y el pasado: amigo de la esposa-amante y creador de las películas porno.
Lynch vuelve a jugar con los géneros, el noir, el terror, el thriller mafioso, las snuff movies, el melodrama. Pero los géneros no son más que una excusa para mostrar lo que le interesa, el funcionamiento de la mente y el arte de hacer películas. Desordena el relato a semejanza de cómo la mente capta la realidad.
La película se abre y se cierra con el avance veloz por una carretera oscura, donde apenas las líneas blancas indican el rumbo a seguir, el discurrir trastabillante de la mente que delira.
El objetivo de David Lynch, contra lo que pudiera parecer, no es romper las reglas de la narración, sino hacer cine con las reglas de la narración cinematográfica. Durante buena parte de su historia, el relato cinematográfico ha estado en manos de literatos, se construía con las reglas de la novela. En la mayor parte de películas y series sigue siendo así, atiende a lo que el espectador medio espera: un relato ordenado, con personajes esquemáticos bien definidos, con los códigos acostumbrados tanto lingüísticos como morales. Mientras tanto, el arte de hacer películas ha ido construyendo su propio lenguaje, el de engarzar imágenes, no el de hacer frases con palabras. Muchos directores antes que David Lynch lo hicieron: Buñuel-Dalí, Alfred Hitchcock, Buster Keaton, tantos.
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