Por pura chiripa, en las largas sentadas que exige Solenoide he intercalado la lectura de Madre de corazón atómico que me ha caído en las manos por azar. Esta, si se quiere, se lee de un tirón, por Solenoide he ido arrastrándome en días sucesivos hasta que he dicho 'basta'. Cărtărescu escribe de todo pero le cuesta enhebrar un relato, se pierde en un detallismo difícil de digerir. Fernández Mallo va directo al grano, casi esquelético, en el puro hueso la narración, sin concesiones al sentimentalismo o al ornamento.
Sin embargo, hay extrañas concomitancias. En unas páginas, por ejemplo, Cărtărescu, su personaje en primera persona, se describe haciendo el amor con Irina, una compañera del claustro de profesores a la que lleva a la cama a pesar de su rareza, flotando en el aire sobre la cama de la habitación. Fernández Mallo ve a su padre en la habitación 405 de la Clínica Modelo flotando por encima del sonido de los respiradores artificiales, en un aire de pecera o placenta. Sensación que repite cuando imagina a su padre volar sobre el Atlántico con un puñado de vacas, como si dijera, no necesito fantasear, la realidad bien contada se basta para generar el significado que necesites. Las vacas voladoras de Fernández Mallo son reales, el sexo flotante de Cărtărescu no se acaba de entender.
Ambos hacen un ejercicio de memoria, como si el enigma de la vida se contuviese en ella, en la memoria. Vas pasando páginas y no sabes adónde te va a llevar la selección del diario de Cărtărescu que es Solenoide. En la novela de Fernández Mallo sabes que la muerte del padre es el fin. La lectura se sustenta en un acto de fe que en Cărtărescu se estira demasiado como para que no aparezca la incredulidad, 800 páginas de divagaciones son demasiadas páginas. Fernández Mallo escribe desde la habitación 405 del hospital de La Coruña, recuerda un doble viaje al interior de Estados Unidos, el que su padre realizó en 1967 y el que él repite en 2011.
Fernández Mallo ve desaparecer la identidad del padre durante el año que dura su perdida de memoria y su mente en blanco. El título del libro se refiere a la portada de un disco de Pink Floyd, una vaca frisona, que se titulaba Atom Hearth Mother. De la vaca de la portada deduce el sonido asociado a un objeto descontextualizado: 'el alma de un objeto no es lo que este tiene de inmutable, sino todo lo contrario, el alma de las cosas es aquella parte de ellas que continuamente se transforma'.
Como me desesperaba buscando sentido y relato en Solenoide he ido a Nostalgia, un conjunto de relatos, lo primero que publicó. En el primero de ellos, El ruletista, se ve el proyecto Cărtărescu, su falsa humildad, su enorme ambición:
"Pero, ¿qué puede hacer un hombre que ha dedicado toda su vida a escribir literatura? ¿Cómo puedes abandonar los arcanos del estilo? ¿Cómo, con qué instrumentos puedes exponer en una página un testimonio puro, libre de la cárcel de las convenciones artísticas? Tengo que asumirlo y tener el valor de reconocerlo: de ninguna manera".
Cărtărescu hace literatura, que creo es el peor vicio que se le puede achacar a un escritor. Leyendo El ruletista veo a Borges y a Dostoievski, el empeño de jugar en la liga de los grandes, sin dejarse a ninguno de los afamados del siglo XX, de Kafka a Thomás Man, el manierismo resultante, lejos de la humilde tarea de poner un espejo ante la realidad, es es un ejemplo de literatura de género, el género literario, lo literario como ornamento.
Apenas he explorado una parte del océano Cărtărescu, pero si tuviese ocasión le pasaría el breve capítulo en que Fernández Mallo hila un accidente de aviación en Montrove, cerca de La Coruña, con el agujero en la frente de un paciente, provocado por un tumor, para entender en qué consiste el arte de la narración. A partir de la página 63 del libro o, en el índice del epub, el capítulo que empieza por 'En agosto de 1973...'.
Cărtărescu es como esa casa del pueblo a la que vas un día de invierno y pones el viejo sistema de calefacción. Mientras se calienta vas recorriendo las habitaciones, abriendo cajones y armarios, moviendo los muebles de sitio, quitando el polvo de los marcos de las fotografías de los que han muerto y cuando no te queda nada por mirar coges la escoba y el recogedor y luego la fregona, y cuando crees que lo has hecho todo y has entrado en calor de tanto movimiento te sientas en el sofá, pero enseguida te vuelves a quedar frío. La gloria es un buen sistema tradicional pero le cuesta caldear.
Fernández Mallo es ese vecino que hace mucho que no ves. No te apetece verlo pero como en el pueblo sois pocos al final te lo encuentras. Te recuerda lo travieso que era él en la escuela y lo aplicado que eras tú. Y entonces empieza a contarte su vida. Su trabajo y casa en Bilbao, su noviazgo con la gallega. Vais caminando hasta llegar a la cantina. No para de contar, querrías tomar un lápiz y un cuaderno, vas punteando la historia con sonrisas y alguna carcajada y dándole el pésame al final, pues todas las historias acaban mal. No acabas de creer que todo aquello le haya ocurrido a aquel chavalito con el que no te llevabas demasiado bien y que sea mil veces mejor narrador que tú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario