lunes, 23 de diciembre de 2024

Napoleón

 


Ridley Scott concibe sus películas como espectáculos cinematográficos. Ha cultivado distintos géneros a lo largo de su carrera. No es un especialista, por tanto, en cualquier rama del saber humano, es un buen artesano del cine, sabe hacer películas. Películas para ver en pantalla grande (esta, ahora, en las plataformas de streaming), dejándose envolver por la música por las imágenes por el movimiento. No tiene sentido hacer de él un historiador o un psicólogo. El cine puede recrear grandes batallas navales como en Tolon, en campo abierto como Austerlitz y Waterloo o en la nieve y bajo el hielo como en Borodino, también en escaramuzas urbanas contra el pueblo de París. Scott, sobre todo en Austerlitz, se recrea en los movimientos de tropas, en las cargas de fusilería, en el estampido de los cañones; cabezas que saltan por los aires, caballos desventrados, cuerpos abandonados en la nieve. Scott sabe que el espectáculo del coraje y la sangre da muy bien en pantalla, no tanto la muerte individual y las muchas muertes, aunque en pantalla se nos dirá el número de muertos en cada una de las ocasiones, sumando un total de 3.000.000 en el periplo napoleónico. Como Scott no es un historiador, no traba las batallas, no nos lleva de una a otra con explicaciones satisfactorias, supone que el espectador conoce la historia mejor que él. No, lo que quiere es atrapar la mirada, absorber nuestra mente, entretenernos, que no nos escapemos fuera de la sala. Y eso lo hace muy bien.


Entre batalla y batalla nos presenta al personaje. El Napoleón que nos muestra Scott en la figura de Joaquín Phoenix es un personaje atormentado, serio, taciturno, no queda muy claro si abrumado por el papel que la historia le ha otorgado o por un carácter difícil de gestionar. No debe haber gustado mucho a los nacionalistas franceses este Napoleón apocado antes de la batalla aunque luego se sobreponga con coraje, ajeno a los asuntos internos del país, solitario, introvertido, incapaz de conversar. Un Napoleón que compensa sus carencias con un pensamiento obsesivo en Josefina, a quién está atado emocionalmente. Pero tampoco ahí puede imponerse del todo porque Josefina es una mujer libre y pasional que no ve en Napoleón su único objeto amoroso.


La historia de Napoleón como la de otros personajes de la historia, Julio César, Alejandro, es demasiado grande como para contenerla en una película, aunque esta llegue casi a las 3 horas. Los sucesos de la historia no son tanto lo que ocurrió en su momento, como lo que el viento ha traído hasta aquí y ahora rehacemos. Ya no puede haber personajes de una pieza, cuando hemos ido demoliendo todos los mitos, sino contradicciones, debilidades, individuos inseguros y mortales. Este es el Napoleón de Scott y el nuestro.


Todo en la película aparece como un decorado irreal y los personajes como sombras para enmarcar la película de un hombre abrumado por el peso que la historia ha puesto sobre sus hombros. Con él, solo Josefina tiene entidad, pero como Napoleón también ella aparece como náufraga del destino, troncos que flotan sin asideros, llevados por la corriente hacia la nada, hacia el olvido.


Los días cortos y las noches largas de este periodo vacacional son propicios para las largas sentadas delante de la tele. Además de Napoleón he querido ver Gladiator II, pero no he podido con ella.



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