¿Crees que el dinero lo encuentro en los árboles? -dijo él, e inmediatamente la larga sombra de las palabras que su padre habría empleado, pasó sobre su vida, sobre lo que debería haber sido un buen día, si no uno de los más felices...
En ese momento la miró y nuevamente vio reflejado algo feo que había en él en la mirada de ella...
¿No decían acaso que una mujer enamorada te quemaba la cena y que cuando ya no le importabas te la servía medio cruda?...
... y podía oírla decir, una vez más, y muy claramente, y bien tarde en el día, que ella había cambiado de opinión y que, después de todo, no deseaba casarse con él.
Lo primero que llama la atención de este librito es su tamaño, que no tenga la extensión de una novela, que tan solo lo ocupe un relato, una nouvelle. Con ello, sin duda, se gana en contundencia. Tras haberlo leído uno se queda pensando.
La segunda cosa es el español americano al que uno no está acostumbrado en las traducciones; de igual modo, esas palabras, aquí tan poco usadas, te retienen un momento antes de reanudar la lectura.
La tercera es que el protagonista sea hombre y la escritora mujer. No es habitual, aunque comienza a ocurrir con más frecuencia. Pero no se detiene ahí la cosa, sino que ese hombre se ve asaltado por pensamientos que le incomodan. Y eso me lleva a la cuarta cuestión.
Cada vez más mujeres ven a los hombres como formando un grupo, como si el hecho de ser hombre llevase aparejado una manera de ser inconfundible. Cathal, el protagonista, es el hombre y la antagonista, nunca mejor dicho, cualquier mujer.
También yo como lector hombre, me he sentido asaltado por pensamientos que no quiero retener.
Muchas escritoras y activistas escriben o actúan con la conciencia de saber algo, una verdad que la humanidad ha de conocer: las mujeres han sido sometidas durante la historia o una suerte de esclavitud, de la que, como los negros en su tiempo, han de ser liberadas.
La autora imagina unas cuantas escenas dirigidas al hombre para que sepa cuál es su condición. Esta es la más significativa:
En cierto momento, recordó algo de hacía muchos años: su madre parada frente a la cocina de gas, haciendo tortitas de manteca y dandolas vuelta en la sartén. Su padre estaba en la cabecera de la mesa, con él y su hermano sentados a cada lado. Ambos tenían veintitantos años rn ese momento , estaban en la Universidad y habían vuelto a casa a pasar el fin de semana, con la ropa para lavar. Su madre, que había servido a todos, había llevado los platos a la mesa y comenzaron a comer. Cuando ella fue a sentarse, con su propio plato, su hermano estiró la mano y rápidamente corrió la silla, y ella se cayó de espalda en el piso. En ese momento, ella debía andar por los 60 años, ya que se había casado tarde, pero el padre de ambos hermanos había reído; los tres se habían reído de buena gana y habían seguido riéndose mientras ella recogía del suelo las tortitas y los pedazos del plato roto.
Un hombre no es todos los hombres. Hasta los creadores de ficción deberían saberlo.
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