sábado, 21 de septiembre de 2024

De Selinaute a Agrigento

 


Si no pude apreciar en lo que vale el Valle de los templos en Agrigento, la Akragas griega, fue porque la monumentalidad griega me estaba derrotando. El sol empezaba a caer en el horizonte, cuando junto al Ícaro roto que el escultor Mitoraj ha colocado delante del templo dedicado a la Concordia, el mejor conservado de Agrigento, tuve que apoyarme en el murete que recorre la Acrópolis. Los rayos me deslumbraron, literalmente me dio una pájara. Pero no fue por el síndrome de Stendhal, mareado por tanta belleza (siete templos dóricos hexástilos en un espacio no demasiado grande), sino por el cansancio acumulado, tras un día intenso por acrópolis inabarcables y desnudas, el sol rebotando en mi cráneo.



El día había sido precedido por la inmensa área de Selinunte (sélinon, el apio que se cultivaba en la zona con que se coronaba a los vencedores en los juegos ístmicos y nemeos), una ciudad que se ofrece como mirador al Mediterráneo: una Acrópolis con 5 templos, denominados con las primeras letras del abecedario, más otros 5 en los alrededores, la necrópolis, el ágora y un museo. Se necesitan al menos tres horas para recorrerla bajo el sol plomizo. Hoy es difícil ver 'la ciudad de Las palmeras' tal como Virgilio la describiera en la Eneida. Tuvo su esplendor en el siglo V ac.





En el detalle de los templos se ven referencias a la Gorgona y a la historia de Démeter y Perséfone lo que la relaciona con Eleusis, también a la diosa fenicia Tanit, cuando los cartagineses en el siglo III se adueñaron de la ciudad. El mejor conservado es el templo E, dedicado a Hera; su silueta se ve desde lejos. La topografía de la ciudad está delimitada por un callejero ortogonal, hipodámico, incluso se aprecian las partes que pudieron ser dedicadas al comercio.




Es un error que se paga ver tantas cosas en un solo día. Apoyado en el muro, frente a la escultura de Mitoraj y al templo, que no está dedicado a la Concordia, como se dice, sino a los Dioscuros, tomé un par de caramelos para reponer los azúcares perdidos e ir bajando por la Acrópolis hacia la salida y hacer las últimas fotos sobre la esquina más fotografiada del arte clásico, la esquina sureste del llamado templo de los Dioscuros, que tampoco se llamaba así cuando se levantó en el siglo V ac, reconstruida por un arquitecto y un escultor al modo del XIX, acarreando materiales y estilos diferentes, porque importaba más el efecto que la fidelidad al original.




Atrás quedaban los demás templos. El de Juno (Hera) al final del recorrido, en el sureste, al que veríamos desde la habitación del hotel, a lo lejos, dorado por la iluminación nocturna, y los otros menos vistosos, solo ruinas acumuladas, derrumbados por la historia - el fuego, los terremotos, la furia de los cartagineses, el saqueo: el templo de Zeus sobre cuyo altar, según Diodoro Sículo, se sacrificaban cien toros -hecatombes. Al lado del templo se hizo una copia de uno de los telamones o bárbaros derrotados -cartagineses-, de 8 metros de alto que soportaban el peso de la cubierta. La paradoja es que el templo se inició para conmemorar la victoria sobre los cartagineses en la batalla de Himera (480 ac) y se abandonó cuando estos invadieron la ciudad en (406 ac). El templo de Heracles, el más antiguo de todos (500 ac), que, según Cicerón, coronaba una gran estatua del héroe, del que son visibles ocho columnas re-levantadas en 1924. El templo de Hefesto, el dios herrero o Vulcano, debió ser el más imponente, hoy el más ruinoso. Por contra, el más pequeño era el dedicado a Asclepio, donde acudían los enfermos en busca de sanación.





Desde la colina de la Acrópolis a través de una curvada carretera se asciende a la colina más alta donde hoy se asienta la ciudad de Agrigento. Toda ciudad siciliana que se precie se alarga en una calle principal que en el paseo va descubriendo recovecos y plazas donde, en la noche, los sicilianos se reúnen para comer pasta, pizza o antipasti y charlar. Paramos en el primer local que vimos, una prosciutteria. El plato consistía en una selección de jamones italianos y españoles con queso y frutos secos. Saliendo, en otra placita, bajo el decorado del teatro dedicado a Luigi Pirandello, un grupo de jazz armonizaba la noche.


Así se cerraba el día que había comenzado en una placita de Trapani donde un frutero tenía las mejores frutas de Sicilia: qué uvas, qué melocotones, no las he probado mejores en España, y se cerraba en Montelusa, el nombre ficticio con el que Andrea Camilieri transfigura la ciudad de Agrigento (como Vigata es Porto Empedocle) en sus novelas del comisario Montalbano. Montelusa/Agrigento, donde la deslumbrante luz mediterránea del mediodía, que circunvala las colinas que dan al sur, muestra la materialidad que describió Empédocles en sus cuatro elementos y que, ahora, en la noche, desde el teatro y el jazz, Pirandello, otro hijo de Agrigento, contradice mirando a la oscura noche, siempre al sur, donde titilan el firmamento y el mar: "La realidad es un espejo distorsionado en el que nos miramos constantemente".


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