Cada vez más los cuentos que nos contamos se apartan de la narrativa tradicional. Hace tiempo que la poesía, desde que ya no hay héroes, quedó arrumbada en el baúl de los rancios olores. Los héroes no existen y las pasiones han sido desentrañadas por bioquímicos y neurocientíficos. Quién cuenta hoy el cuento que contenía el mundo en una noche de niños expectantes ante las brasas de una familia extensa. La otra familia la burguesa fue desnudada por las infidelidades de Madame Bovary, Ana Karenina y la Regenta. Si al cuento lo destruyó el estrecho habitáculo de la habitación moderna, la novela sufrió un proceso paralelo: el sueño de la vida ordenada y con sentido que proponían las novelas del XIX se hizo pedazos en las colmenas habitacionales del bloque de apartamentos, mientras los escritores envueltos en la aureola de contadores de historias pasaban por los despachos editoriales a cobrar su minuta de oficinistas. Cuando el gran relato burgués se precipitó en naderías, llenaron sus novelas de oscuridad estructural y retórica lingüística que agotaron al lector.
¿Hay un modo fidedigno de contar lo que hoy nos pasa? Quizá el cine tenga algo que decir todavía. Tuvo su época clásica. Si volvemos a las películas de los años 40 y 50 vemos la imagen que el mundo tenía de sí. Ahora, como les ocurrió a los escritores experimentales de finales de siglo, los cineastas ‘avanzados’, con una retórica parecida, tratan de ver algo en el espejo roto.
Es escarbando entre las series donde encontraremos la mejor imagen de nuestro mundo. A quienes hemos sido educados en la novela decimonónica y en el cine clásico nos cuesta entender lo que sucede, pecios de una civilización en extinción. Si nuestra percepción funciona aceptablemente, nos vemos como profetas, más que mensajeros, del pasado en un mundo cuyos signos son difíciles de ordenar. Se diría que las criaturas de hoy miran hacia el pasado con nostalgia.
Estos días experimento en propia carne la desarticulación de un mundo y el llanto inatendido del recién nacido. La serie Industry y el proceso de portabilidad de una telefónica a otra. En Industry (Max) todo se ofrece en pedazos: no hay diálogos elaborados, sino habla; las músicas de fondo que rellenan los escenarios - una amplia oficina de brokers de un banco de inversión, bares de copas y fiestas nocturnas- son trozos de canciones o temas que nunca se completan (como en Tik-tok) , como las microhistorias que se cuentan que no tienen principio ni acaban. En la oficina pelean unos contra otros, realizando operaciones imposibles que les eleven por encima de los demás en la estimación de sus jefes: pequeños triunfos, grandes fracasos; fuera de la oficina follan con las mismas personas, un día con uno, otro día con otra, con interminables horas de alcohol y droga: nada es estable, barquichuelas en un océano tormentoso.
El agente que me atendió a última hora de la tarde para cambiar de compañía me ofrecía lo que le pedía al mejor precio, incluso un iPhone 15. Eso sí, con la condición de que aceptara el contrato inmediatamente, porque al día siguiente se acababa la promoción. No era cierto. Cometí el error de no pedirle el número de grabación a que están obligados. Sin tiempo para pensar, a la mañana siguiente, el técnico se presentó en casa para hacer la instalación. No había vuelta atrás. El mayor problema era recibir las tarjetas SIM y enviarlas a tiempo porque los móviles contratados están en dos provincias diferentes y el conjunto está a mi nombre. Llamé a la compañía para verificar el contrato. Se parecía poco a lo que habíamos acordado. Empezaron a enviarme de un departamento a otro. Cuando aparecía un problema se me quitaban de encima enviándome a otro compañero. Los agentes se contradecían, me daban versiones opuestas: soluciones inverosímiles, creativas, irreales. Fui comprobando que unos pocos sabían de qué hablaban y otros no tenían ni idea. Los primeros me ofrecían soluciones que confirmarían en una llamada posterior. Nunca hubo tal llamada. Me empezaron a dar pena porque estaban más perdidos que yo: cada uno, una ínsula desconectada.
Hace unos días leí un artículo sobre una investigación que demostraba contraintuitivamente que las grandes empresas son menos eficientes que las pequeñas.
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