lunes, 3 de junio de 2024

Soy Milena de Praga

 



En el centenario de la muerte de Kafka, tal día como hoy, 3/6/1924.


Me disgusta y me interesa todo lo que me cuenta esta novela. Ese es su desgraciado sino. Milena Jesenská fue una mujer de su tiempo, es decir, una mujer moderna. Su padre era un médico de prestigio en la Praga posterior a la primera Guerra mundial, cuando su país se convierte en una república independiente tras la caída del Imperio Austrohúngaro, Checoslovaquia. Praga era una ciudad pequeña, así que Milena pasó los mejores años de su juventud en Viena. Allí conoció a los grandes escritores en alemán de ese periodo -algunos de ellos nacidos en Bohemia-, Frank Werfel, Robert Mussil, Artur Schindler, Willy Haas, Max Brod, Rudolf Fuchs, Egon Erwin Kisch, Ernest Polack. Con este último, también de origen checo, Milena se casó, en un matrimonio que no satisfacía a ninguno de los dos. Milena, de habla Checa, escribía columnas en los periódicos de Praga y ocasionalmente traducía del alemán. Así conoció a Frank Kafka. No se vieron mucho, quizá varios días durante un par de veces. Congeniaron, más que eso, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a una larga relación: Milena no quería abandonar Viena, tampoco a Polak. Kafka anteponía la literatura a cualquier cosa. También influyó el carácter entusiasta de Milena y el retraimiento de Kafka. Cuando los nazis ocupan Praga, Milena ya estaba allí, casada entonces con un arquitecto de prestigio, Jaromir Krejcar, de quien tuvo una hija. Ambos admiraron la revolución soviética hasta que el marido la visitó, invitado para desplegar su profesión en la patria del comunismo, y supo en qué consistía la revolución.


Más tarde, Milena colaboró con la resistencia antinazi ayudando a muchos judíos a escapar. Ella misma pudo haber escapado, sin embargo tenía una fuerte conciencia de resistencia ante la locura nazi. Si había alentado a los checos a resistir la barbarie desde los periódicos en que escribía, cómo abandonar la resistencia, se decía.


La apresaron, pasó por cárceles checas, fue interrogada en Dresde y enviada al campo de Ravensbruck. Allí mantuvo una intensa relación con Margaret Buber-Newman, un alma gemela que como ella se opuso tanto a la barbarie nazi como a la estalinista. Margaret conoció los campos soviéticos y los nazis, sin embargo tuvo más suerte que Milena, sobrevivió.




Mónica Zgustova no acierta al contar esta historia. Divide la novela en varios apartados que se corresponden con las distintas etapas de la vida de Milena Jesenská: Praga, Viena, Kafka, el matrimonio con el arquitecto, Margaret Buber-Neuman. Se leen con interés los que dedica a Kafka y a Margaret. Transmite algo de la pasión con que estos personajes vivieron su relación. El resto es una escritura esforzada, informaciones que ha recopilado, que no sabe trasmitir con el arte de la novela. Hay que añadir la dificultad con el lenguaje, frases difíciles de entender o palabras cuyo sentido no se corresponde con lo que describen. ¿En qué se ha equivocado Zgustova? Claramente en el género, este libro pide a gritos una biografía sobre el personaje, no una novela. Es lo que lector demanda cuándo va pasando las páginas. Esa biografía ya existe y es buena, la Milena de Margaret Buber-Neuman.




Esto escribió Frank Kafka acerca de Milena:


Ella es fuego vivo, como yo jamás había visto... Sin embargo es, al mismo tiempo, dulce, animosa, inteligente y totalmente volcada al sacrificio, o, si se prefiere, lo consigue todo a través de su sacrificio...


Y esto Milena de Kafka (a Max Brod):


La pretendida no-normalidad de Franz es precisamente su mérito. Las mujeres que lo han rodeado eran mujeres corrientes, que no conocían otra forma de vivir que la propia de las mujeres. Yo en cambio creo que todos nosotros, todo el mundo, todos los seres humanos, estamos enfermos y que él es el único sano, el único capaz de comprender correctamente, de sentir correctamente, el único hombre puro. Yo sé que él no se rebela contra la vida, sino en contra de este tipo de vida. Si yo hubiera sido capaz de irme con él, él habría podido vivir feliz conmigo. Pero esto no lo he sabido hasta hoy. Entonces yo era una simple mujer, una insignificante mujercita, prisionera de sus instintos. Y de ahí surgió su angustia. Una angustia justa. ¿Cómo habría podido él sentir nada injusto? Él sabe de este mundo mil veces más que todos los hombres de la Tierra.



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