martes, 7 de mayo de 2024

La filosofía del miedo, de Bernat Castany

 




En cuanto a mí, de todas las cosas que están fuera de mi poder, ninguna estimo más que poder tener el honor de trabar lazos de amistad con gentes que aman sinceramente la verdad. Spinoza, epístola 19.


'Hasta la muerte, todo es vida'. Cervantes


A veces los autores te entregan un libro tan desordenado, bien por el burbujeo de ideas que se les ocurren mientras escriben, bien porque han sacado esas ideas de un número inmanejable de lecturas, sin tiempo para rumiarlas, para encontrar el hilo que las ordene y dé sentido, que no te queda más remedio que ordenarlas tú, pobre lector confundido. Es lo que me ha sucedido con este libro, la impresión de que el autor lo ha escrito para dar rienda al cúmulo de citas que ha ido tomando en sus lecturas, parece que buena parte de ellas ligadas a la pandemia, un río de citas que trata de hilvanar con una reflexión sobre el miedo y sus diferentes encarnaciones y de paso las formas de combatirlo. El autor es un buen colector, cada una de las citas que recoge merecen atención, silencio y reflexión. En ocasiones, son las propias citas las que hacen pensar más que la reflexión del autor. El libro está ordenado en pequeños capítulos bajo epígrafes llamativos que dan la impresión de haber sido escritos bajo la influencia inmediata de una lectura reciente, sin someterse a un orden preestablecido, a pesar de que el autor prometa al inicio ordenar sus notas al modo filosófico, haciendo que al conocimiento canónico siga la ontología o física y a la ética o buena vida la política.


"No ser feliz", anuncia, siguiendo a Borges, “es el peor de los pecados”. El miedo se interpone en el camino. Para combatirlo dos antorchas le guían, los Ensayos de Montaigne y su escepticismo y el conatus -esfuerzo o voluntad- de la Ética de Spinoza. Combatirlo a solas es desaconsejable, por lo que, como enseñan tanto Montaigne como Spinoza, hay que procurar la amistad. Ese es el hilo que une sus reflexiones.


De qué modo se nos presenta el miedo, se pregunta. En los clásicos encuentra la respuesta: como deimos o miedo proporcionado y racional y como phobos, desproporcionado e irracional o patológico. ¿Nos hemos liberado de los miedos irracionales que nos inculcaban las religiones -el infierno-, y de nuestra impotencia ante los fenómenos naturales, o los hemos sustituido por otros: las nuevas religiones -raza, nación, ideología política, identidad-, y los nuevos catastrofismos que intuimos en el horizonte? Como en el pasado, ¿no culpabilizamos a otros -brujas, herejes, judíos, extranjeros- para sofocar nuestro miedo?


De todos los miedos, el miedo a la muerte es una constante, permanece. El miedo a la muerte es el origen de la hiperactividad de los seres humanos, que buscan acallar el rumor del río del tiempo con el barullo de la ocupación, la ambición o la guerra, como ya decía Lucrecio. Por ello, acudimos a los clásicos para encontrar consuelo. Hasta la muerte, todo es vida', escribió Cervantes, y Horacio: ‘Coge el día (carpe diem) y no creas en el mañana’. En la misma línea, los epicúreos se entregaban a la contemplatio, la alegría de la contemplación spinozista.




Los escépticos practicaban la contemplación de la incomprensibilidad del mundo, la ignorancia del ser humano y la transitoriedad de los conocimientos. Para lo epicúreos, su norte era la búsqueda del placer, preferían salidas vitalistas -la opción por la vida- frente al miedo a los dioses, a la muerte, al dolor y al fracaso; su guía, la phronesis, la prudencia o racionalidad práctica: maximizar el placer y minimizar el dolor. Spinoza distinguía entre las pasiones tristes -de entre ellas, el miedo la más triste- y los afectos alegres -la admiración, la amistad, la confianza, el perdón, la tolerancia y el entusiasmo- a los que se llega mediante el esfuerzo racional -conatus-. Esa es la base de su Ética. De todos los afectos, la amistad es el primero: con uno mismo en primer lugar y con los demás después. Para Aristóteles, la experiencia metafísica por excelencia era contemplar el ser, y se hace en compañía, mediante la amistad. Un amigo, dice el Bernat Castany, siguiendo a Spinoza, no es solo alguien al que no se teme, sino alguien junto al que el miedo desaparece.


En el 10 de gamelión, los epicúreos celebraban el nacimiento de Epicuro con un banquete que atribuía a la amistad una dimensión contemplativa: la serenidad compartida, la indiferencia olímpica, la conversación filosófica, el humor tierno, el contacto con el pan, el queso, las olivas y el vino como cifras de la naturaleza, la liberación de todas las culpas y vergüenzas ante la mirada benévola de los amigos.


Donde es difícil seguir al autor es en su ampliación del concepto de ‘amistad’. Bernat Castany opone al yo idealizado de Sócrates el yo plural, como si este último no fuese otra forma de idealización: la ‘amistad’ pasa a ser ‘solidaridad’. Pero ambos conceptos tienen una genealogía diferente y una diferente trama sentimental: el primero emerge del impulso filosófico de salir juntos al encuentro de la verdad; el segundo se traba en la lealtad política, donde es necesaria la renuncia personal en busca de ‘un bien mayor’ colectivo. Él mismo autor reconoce que el capítulo que dedica a lo político, es decir, a lo plural, ha quedado un poco enrevesado.


Al final, queda la primera pregunta, que es la última, cómo vencemos el miedo a la muerte. Con un acto de voluntad, un acto de fe:


El no a la muerte no puede ser simplemente reactivo, debe ser un sí activo a todo lo que aumenta la vida. Ese 'sí', es un acto de fe no religioso, sino filosófico: la convicción indemostrable de que la vida es mejor que la muerte y de que eso implica una obligación moral y política. Y es que la elección entre el 'no' a la muerte y el 'sí' a la vida es el verdadero plebiscito diario”.



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