viernes, 29 de marzo de 2024

La clase de griego, de Han Kang - Comentario 2

 




γῇ ἔκειτο γυνή.

Una mujer está tendida en el suelo.

χιὼν ἐπὶ τῇ δειρῇ.

En su boca, nieve.

ῥύπος ἐπὶ τῷ βλεφάρῳ.

En sus párpados, tierra.


Lo primero que llama la atención de La clase de griego es lo poco que se cuenta, lo poco fáctico, pues si algo se cuenta tiene que ver con la trama interior, pero no un interior profundo, sino lo que se revela a través de sensaciones. En capítulos alternos, se describe las percepciones de una mujer que ha perdido el habla -'vacía de lenguaje'- tras la muerte de su madre y la pérdida de la custodia de su hijo y la de un hombre que sabe que perderá la vista. Las de ella se reflejan en estilo indirecto libre: "Sabía que la entrada para acceder al habla había retrocedido a un lugar hoy más profundo, y que si dejaba que las cosas siguieran así perdería a su hijo para siempre", las de él en primera persona: "Y de pronto me asaltó un pensamiento de lo más extraño: se me ocurrió pensar que el autobús nunca me llevaría a mi casa que no podría encontrar el camino de vuelta por muchos trasbordos que hiciera, que jamás podría escapar de esa noche tan intensa [fascinado por las interminables hileras de farolillos rosados en el templo budista]". Tras sus fracasos para comunicarse en el lenguaje de signos, ambos piensan que un idioma muerto podría ser un medio de comunicación para salir de sí y reengancharse con el mundo. El profesor de griego, ahora en Seúl, ha pasado buena parte de su vida en Alemania, con su madre y una hermana. No tiene buenos recuerdos: la obligatoriedad de sonreír, el racismo latente.

La autora no concibe la narración como los viejos pintores que llenaban sus cuadros de signos que remitían a historias complejas de las que el espectador debía informarse para comprender lo que tenía delante, sino de aquellos otros que intentan reflejar la luz en el discurrir del agua o en su eterno diferenciarse de las sombras. ¿Puede el lenguaje de las palabras reflejar lo que de manera natural aparece ante los ojos, toca las manos o resuena en el oído? ¿Cómo sobreponerse a la impotencia del lenguaje?


La segunda cuestión que me suscita la lectura en cada página es la distinta percepción que tiene un oriental culto con respecto a mí. La progresiva ceguera del profesor le hace ver una realidad poética, "una finísima capa azul parecía cubrir los muebles", una alucinación que se debía a la debilidad de su vista.


Las sombras de sus largas pestañas se proyectaban sobre sus pómulos blancos y suaves como los sutiles trazos de una miniatura.

Acababa de bañar y acostar al niño, y su pelo olía a jabón de manzana. Ella podía ver su cara reflejada en las redondas pupilas del pequeño; y en los ojos de su reflejo veía la cara reflejada del niño...


El pasado pesa sobre el profesor de griego y su alumna, ambos con su percepción quebrada -la vista, el habla-, temerosos de un mundo que se les escapa, intentan comunicarse a través de las palabras del griego o del lenguaje de signos. En el momento culminante de la novela, un herrerillo desorientado revolotea en la escalera, tropieza, hace caer al profesor que pierde las gafas y queda perdido en la oscuridad, hasta que ella siente que algo pasa, baja y lo rescata. Tomándole del brazo lo saca a la luz parpadeante del anochecer y lo lleva a casa. Primero bajo los chirridos de los saltamontes y luego bajo el abrumador repiqueteo de la lluvia tras la ventana, encontrarán un nuevo modo de hablar, ella le escribe sobre la palma de la mano. A medida que avanza la novela, la poesía gana en intensidad y al mismo tiempo en levedad. El profesor ciego y la alumna muda llegan a la luz por el tacto de sus manos y de sus caras.



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