jueves, 15 de febrero de 2024

20. Semblanzas chilenas

 


Un viaje como este necesitaría al menos el doble de tiempo del que le hemos dedicado, para saborearlo, para detenerse en el paisaje, para descansar después de cada larga jornada y acabar de entender las historias que nos han contado. Siempre encuentras personajes singulares en el mundo de cuya experiencia puedes sacar alguna lección. Me duele haber dejado a Jose Ortega y Gasset con la palabra en la boca, sin darle la oportunidad de acabar la frase, sin tirar del anzuelo que me ofrecía, como nos ofrecía su historia aquel viejo Humberto, don Humberto debería decir atendiendo a los modos chilenos, que bajaba del monte para contarnos su peripecia, pero teníamos prisa, la prisa que nos mata.




Chile es un país joven y como tal lleno de oportunidades para gente atrevida. Empresarios como Enrique, aventureros como Cristian, ganapanes como Raúl, espíritus libres como Felipe. Hemos visto el Chile que Enrique ha diseñado para nosotros. Los países no son de una pieza sino que responden a narrativas contrapuestas. Enrique ha escogido unos barrios de Santiago y no otros, carreteras ciudades hoteles guías paisajes restaurantes menús, hasta los vehículos, los buses, vanes o ferrys que nos llevaban de un lado para otro. A sus 60 años, en proceso de divorcio, debajo de su pose taciturna - siempre con el teléfono en la mano - y de su charla comedida, Enrique tiene una larga y nutrida historia por detrás, una vida que se entrelaza con la movida historia del Chile reciente, que daría para un buen libro. Lástima no haber tenido tiempo ni ocasión para escucharla. Imagino su vida de empresario como un recurso, no como una vocación, para salir adelante, para ganarse la vida. Lo imagino joven aventurero antipinochetista recorriendo Chile, aún aletea en su pose melancólica el joven que amaba la música. Sobre ese conocimiento ha improvisado su empresa de viajes, más hábil en la gestión humana que en la de recursos, acostumbrado a resolver problemas, llamando a este o aquel conocidos suyos antes que a programar y asegurar. Mover a un grupo de turistas por la Patagonia deshabitada no debe ser fácil. Donde no hay hoteles hay cabañas, casas particulares ampliadas, pero su capacidad es limitada. De ahí surgieron parte de los problemas, el otro fue el autobús destartalado de Jorge que nos llevaba, un pequeño autobús a merced de los baches y las pistas de grava, sin capacidad para cargar con todo el equipaje, por lo que nos acompañaba una pickup. Juanjo, nuestro promotor, le apretó las tuercas para bajar el precio, en palabras de Enrique, y este se las apretaba a quienes estaban debajo. Ha tenido suerte con nosotros, somos pacientes, y nosotros con él por haber podido hacer un viaje tan extraordinario, rayando en la aventura.



El día que comenzaba la gran kilometrada apareció Raúl como conductor de emergencia por si Jorge se cansaba. Venía en un ferry, al que le había costado embocar por el vaivén del viento austral, con una rueda en la mano. No sé si llegaron a cambiar la rueda o si ya venía maltrecha porque un día reventó. Viajé con Raúl en la pickup por la interminable llanura de la Patagonia argentina. La paga de un jubilado chileno son las monedas en la boina de un pobre a las puertas de una iglesia. Raúl combina la pensión con extras de recadero en una panadería. De vez en cuando le llama Enrique para que le saque de un aprieto. Todos los chilenos que he conocido, salvo Enrique, tienen la lengua larga, así Raúl. Este hombre, de ascendencia navarra, ha tenido una vida trabajada, pero no le abruma la tristeza que corroe al jubilado europeo. El único problema de Raúl es que no sabe contarlo, como sí saben Felipe o Christian. No dejaba de hablar como si los sonidos que salían de su boca fuesen la música que la ruta necesitaba. Pero, qué decía. Ya no recuerdo, porque quizá lo que contaba no fuese tan necesario, sino el sonido de fondo que uno pone para transitar por un mundo sin alma.



A Felipe, hijo, lo está preparando Enrique para que se gane la vida en el negocio de los viajes, porque su afición a hacer y producir música no da para comer. Esa era su conversación, los gustos musicales. Pero resultó ser Cristian el personaje de la fábula. Viajé con él cuando la Patagonia chilena se estiraba en estepa. Cristian es de los hombres que antes que nada son palabras, de los que piden perdón por una nimiedad y dan las gracias por cualquier cosa, de los que te dicen con una sonrisa que nunca te van a engañar, de los que tienes que adivinar cuánto hay de cierto en lo que te están contando, cuál de todas sus vidas es la verdadera. Cristian hizo su carta de presentación en China. Viajó con una misión, vender los caldos de su todavía no suegro, un viaje de tres meses en el que debía convencer a un comerciante chino que no se fiaba de las transacciones en línea y que quería ver en persona al vendedor. Según nos contaba - lo oíamos Juanjo y yo-, el comerciante no hacía más que poner pegas para rebajar el precio -resumo el largo relato oído a medias entre el polvo y ruido de la bacheada carretera austral. Cristian, enfadado, abandonó la ciudad del comerciante sin decir a dónde iba. Al cabo de un tiempo, gracias a unas pocas referencias, lo encontró el chino y aceptó el precio inicial. El negocio próspera. Cristian se casó con la hija del vinatero y tuvo un niño, ahora de 3 años. No sé si antes o después, Cristian hizo la carrera de periodismo, modalidad de comunicación, en Santiago, y más tarde, sorpresivamente, se doctoró en ética del derecho en la Complutense de Madrid, donde vivió dos años.



Sin embargo, por azares de la vida, se ha dedicado al turismo, guía para los pocos que le localizan por la referencias que otros hacen de él, sin anunciarse en redes. Ahí comenzaba la segunda parte de su vida aventurera por la difícil orografía chilena. De los relatos reseñables, el primero iba de un periodista que quería conocer el desierto de Atacama. Desierto abrasador y helado en la misma jornada. El problema surgió cuando tuvieron una avería mecánica. No recuerdo si no había cobertura o los móviles estaban sin batería. Pensó que allí morían, sin comunicación, sin idea de mecánica, en el caluroso día, en la extremada noche. Sin embargo, el periodista tenía un cacharro con GPS. Así fue como dieron con un mecánico que les fue instruyendo para salir del apuro.


La aventura más extraordinaria y más sombría, de las que contaba, es la que vivió siendo guía de dos chicas británicas. Otra vez en el desierto de Atacama. En una parada toparon con dos alemanes que iban por su cuenta. Las chicas hablaron con ellos, se enrollaron y desaparecieron de la vista de Cristian. Eran las 6 de la madrugada y las chicas no aparecían. Las buscó sin esperanza durante la noche, pues, según él, en el desierto no se oye ruido alguno. Tuvo suerte, dio con una; los alemanes no habían querido seducirlas, sino robarlas. Las zarandearon, se defendieron como pudieron. Al fin, no muy lejos, encontró a la otra. Es mi historia, conozco Atacama, nunca te voy a engañar.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Toni, es un lujo viajar contigo, tus relatos de los viajes ayudan a disfrutar de nuevo lo vivido.

Toni Santillán dijo...

Gracias, es un placer