viernes, 4 de agosto de 2023

Oppenheimer

 


La triada fantástica de la creación: el tema, el autor y el producto. Oppenheimer, Nolan, el espectador. Qué es un genio: alguien que ve algo decisivo que los demás no vemos. Para quienes lo conocieron Oppenheimer era un genio: en la película se le pone a la altura de Einstein o Bohr, superándolos al llevar a la práctica sus teorías. Su vida fue compleja; la de muchos hombres lo es pero pasa desapercibida. Lo fue su vida sentimental, su relación con la política, su envidiado puesto como director del Proyecto Manhattan, un científico convertido en político en un momento extraordinario de la historia: la segunda Guerra mundial, la acumulación de inteligencia judía en física cuando el Holocausto, la pugna entre fascismo y comunismo con el liberalismo en medio. Christopher Nolan se ha basado en la biografía escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin, premio Pulitzer del 2006. No la he leído así que no puedo confrontar. En todo caso el guion es absorbente, con guiños tanto para los no iniciados como para los versados.


Para hacer un producto apasionante para el espectador, Nolan tira de varios hilos, los dos más importantes, la construcción de la bomba hasta su explosión en Los álamos, y su consecuencia en Hiroshima y Nagasaki, y la investigación del FBI y el Senado americano, en la era McCarthy, sobre la relación política de Oppenheimer con el partido comunista, a través de su mujer, su amante y sus amigos, por si pudo tener alguna responsabilidad en la filtración de información a la URSS para construir su propia bomba.


Christopher Nolan huye de dos peligros que podrían haber hecho fracasar esta película: hacer un biopic del personaje y dejar huella de su genialidad como cineasta. Cómo comprimir en un tiempo tasado (180 minutos) una vida tan compleja, con tantos acontecimientos de por medio. Nolan opta por no contarnos la vida de Oppenheimer sino entretenernos. Por eso, mediante un guion y un montaje milimetrados, construye un thriller en torno a sus amistades comunistas y a su persecución durante la época del senador McCarthy, alternando en el montaje con la construcción del campamento en Los Álamos, con final 'feliz' en ambos casos, la detonación de la primera bomba atómica en el desierto de Nuevo México y la rehabilitación de Oppenheimer por John Kennedy. No del todo feliz, en realidad, pues Nolan sabe que los 200.000 muertos en Japón fueron demasiados y la rehabilitación, no del todo completa. Al primer hilo le sostiene el ingenio de Nolan para seleccionar frases y sintetizar momentos de la historia, al segundo la camaleónica interpretación de uno de los mejores actores de su generación, Robert Downey Jr en el papel de la némesis de Oppenheimer, Lewis Strauss.


En cuanto al propio Nolan, creo que es su mejor película, y lo es porque esta vez no ha querido mostrarse como el genial guionista y director que cree que es. Liberado de su obsesión por ser un segundo Orson Welles, puede comenzar a hacer grandes películas tipo John Ford o Alfred hitchcock. Y una cosa más sobre la ampliación del campo de conciencia: hace 50 años la mayor parte de la gente no tenía ni idea de física, ahora empezamos a saber algo, aunque en la mayor parte de los casos la Ciencia sigue apareciendo todavía como la Autoridad que utilizan los vendedores de crecepelo para timarnos.


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