domingo, 4 de junio de 2023

Succession

 


Succession ha tenido cuatro temporadas. Me interesó la primera por su novedad y la última porque me intrigaba cómo iba a acabar; la segunda y la tercera me resultaron bastante repetitivas.


Para muchos tiene que haber sido chocante ver esta serie, quizá parte de su éxito se deba a su manera de contar. La mitad de la población, quizá un tercio, estamos acostumbrados a que las historias tengan un comienzo un desarrollo y un final, a que el discurso esté ordenado, a que haya palabras que no se deben usar en público, a que los personajes igualmente respondan a un arquetipo y se desvíen poco de él, a que el lenguaje cinematográfico, en fin, responda a unas normas que la práctica ha ido creando. Succesesion ha quebrado o por decirlo de otro modo ha innovado en todos estos aspectos. Probablemente no es algo deliberado sino que depende de la formación y del modo de vivir de sus creadores.


No sé si estamos asistiendo a una revolución o más bien a un revolcón en el lenguaje cinematográfico. Lo que conocemos y a lo que estábamos acostumbrados es a la época dorada de Hollywood, las décadas 40 y 50, en que quedó establecido el modo de contar a través de imágenes y diálogos, que a su vez era deudor del discurso literario, no en vano muchos de los guionistas de entonces provenían de la literatura. Ese lenguaje era el lenguaje del poder: los discursos de los políticos de los empresarios de los periodistas mantenía un orden parecido: tenía una lógica, una coherencia interna, con antecedentes y consecuentes. También una prosodia y un campo de significados establecidos. En la escalera social ese orden del discurso se diluía y desaparecía en las zonas más bajas; raramente el lenguaje desarticulado de la mayoría de la población aparecía en el discurso público. Si hablabas mejor eras más convincente, de la convicción dependía el grado de poder.


Pero las cosas están cambiando. Quizá porque la gente lee menos, escucha menos y mira más. La mirada es menos concluyente, salta de aquí para allá, no se detiene. Las jerarquías están cambiando, el poder está más distribuido, más disgregado, dura menos. No quiero hacer un ensayo sociológico.


Succession es un síntoma de todo eso. Las temporadas segunda y tercera que a mí me aburrieron son las más representativas de este tiempo. En ellas no importaba llegar a un fin sino mostrar la vida tal como los guionistas la ven: personajes inestables indefinidos estresados; lenguaje entrecortado, desordenado, lleno de palabras coloquiales, de insultos, -zafios, sería una palabra adecuada en el lenguaje antiguo-; orden social, en este caso empresarial, inestable, cambiante, a las puertas de un revolcón. Lo mismo sucede con el lenguaje técnico: la cámara se mueve con el mismo estrés que los personajes, yendo y volviendo, planos más generales y detalles, escenas cortadas cuando no se espera; como la envoltura, donde el lujo el derroche el movimiento de los automóviles barcos aviones apartamentos comida no son tanto signos de estatus como una marejada que lleva a los personajes de aquí para allá sin que les confiera autoridad o seguridad sino que hace de ellos monigotes que el tiempo arrastra; hasta en el modo de hablar de los personajes, igual al de la gente de abajo -chabacano, diríamos, otra palabra antigua- ilustra el cambio que se está produciendo, donde el poder no está asignado sino que es una corriente que los lleva. La narración, la historia de una familia empresarial, la idea de dinastía, no importa o importa poco.


En cambio en la última temporada aunque se conserva buena parte de todo lo anterior, la idea de que hay un fin, alguien muere, alguien lo sustituye, hay una corriente de fondo que lo maneja todo que no es tanto la disposición de capital como la inteligencia que controla más factores, hace que el modo de contar sea más tradicional aunque no exactamente sino una combinación de los dos, del modo antiguo y del moderno. The Times They Are A-Changin: siempre fue así, pero ahora parece que mucho más rápidamente.



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