Ruedo por una carretera rural en cuyos ribazos florecen los matojos primaverales alentados por las últimas lluvias, a un lado campos de amapolas, al otro trigales sin granar, a mi derecha un sol pálido, a mi izquierda manchurrones de nubes sin compactar. Temo que en cualquier momento se agranden y oscurezcan y se derrumben sobre mí. Mientras ruedo abierto al paisaje, no concentrado en el esfuerzo agónico, pienso en el juego de la política, en el pequeño juego de la política a que se dedican los partidos y sus personajes, al que nosotros ciudadanos de a pie no deberíamos prestarle la atención que le prestamos. Solo de forma esquinada deberíamos hablar de política. Pensemos en el juego desplegado en el Ayuntamiento de Barcelona. Cada partido ha medido sus oportunidades y los beneficios que podría obtener en la votación de ayer. El PSOE necesitaba una alcaldía importante, el PP proclamar que les ha cedido los votos gratuitamente, y de paso ha echado a indepes y comunes. Todos jugaban una partida de cartas. Los que peor han jugado, los indepes. Llevaban las cartas marcadas: pactaron entre ellos antes de iniciar la partida. Las cartas del PSOE aspiraban al premio gordo, pero temiendo que el PP se adjudicase la victoria en la jugada final (sólo hay que ver el dispar espacio que le dedican hoy en su primera página los dos periódicos principales). En las cartas de los comunes había una mala y una buena: votar junto al PP y la utilidad y responsabilidad del voto que les indicó Yolanda (Ya se aprecian diferencias tácticas entre el antisistema Iglesias y la utilitaria Yolanda. También es novedad sorprendente la cesión de autonomía por parte de los comunes).
¿Nos debería importar a los demás el juego? Un juego en el que participan una miríada de ociosos y ganapanes que han convertido el comentario y el accionismo político en una forma de vida. Muchos se alegran de la desaparición de Sálvame, pero no advierten que queda el Sálvame Deluxe de La sexta: la política como entretenimiento. Pensemos en el presupuesto que manejan unas y otras administraciones, qué queda para el bien común descontado el pago de funcionarios, personal contratado, empresas y proyectos amigos, qué queda para hacer de la ciudad una ciudad mejor: deuda, una deuda impagable.
Las nubes se han compactado a mi espalda pero aún intenta abrirse paso al sol al sureste, masas compactas que pueden descargar en cualquier momento como con fiereza lo hicieron ayer.
Desconfiamos con razón de los políticos, pero los hay valientes, de una pieza. Esta alcaldesa sé que dice verdad por lo que dice: "En mis ideales juveniles, yo estudié derecho porque quería defender a mi familia, después me llamó la atención la criminalística, lo policíaco, pero la política es la defensa de todos. Y también porque quería vivir de eso, quien diga que solo está en política por ayudar a los demás sin ayudarse a sí mismo, miente".
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