miércoles, 24 de mayo de 2023

Hombres fatales. Prenom Carmen (1983)

 



Si uno considera la película al completo, sin discriminar las partes que la suman sin coherencia aparente, seguro que se aburre, no solo eso, seguro que dice con la voz bien alta, ‘Vaya plasta de película, propia de los olvidados años de la experimentación’. Es probable que quien piense así acierte, tal es el gusto domesticado de nuestra época. Sin embargo hay cosas indesechables. ‘Carmen’ no es más que un tema de la tradición literaria francesa: Mérimée, Bizet. En la película hay muchos asuntos, sugerencias, temas del momento en que se hizo. Está el terrorismo, tan común en aquellos años, asociado a la extrema izquierda con componentes maoístas, cuando la revolución estaba de moda entre los jóvenes. Al comienzo de la peli hay una acción terrorista, tan estilizada que parece teatro, representación. Está el asunto del nuevo cine (nouvelle vague) que quiere abrir caminos nuevos: la improvisación, la libertad de los actores y del director; el propio Godard aparece como un personaje presentándose a sí mismo como director de la película en marcha. Los personajes que aparecen son al mismo tiempo actores y militantes revolucionarios. De por medio hay un discurso deslavazado, inconexo, con palabras fetiches más que frases elaboradas. Y está la música, más que obras completas y acabadas, como ensayo: un cuarteto de cuerda interpreta pasajes de Beethoven en ensayos continuos. Todo en la película simula ser un ensayo, aproximaciones al cine, a la música, a la política, al amor. Es así como aparece el asunto de ‘Carmen’. Carmen asalta un banco con su grupo y ahí se topa con un segurata, a él se ata y abraza. Desde el principio Carmen, para cumplir con el mito, le dice al segurata que si se enamora de ella morirá. Pero la película no es una versión de Carmen, stricto sensu.


En realidad el lenguaje de esta película está dirigido a los sentidos a través de los estímulos que el director Godard ofrece a las sensaciones del espectador: al oído a través de la música ensayada y de las olas del mar que continuamente rompen contra la pantalla; a través de la vista de los cuerpos, especialmente de mujeres: la cámara busca continuamente rostros juveniles, bellos, y por encima de todos el cuerpo desnudo de la protagonista, en planos tan cercanos y prolongados que más que visuales son táctiles. También muestra el cuerpo masculino desnudo pero sin la delectación con que se detiene en el rostro fresco, en los pechos en flor de la protagonista, en el denso bosque de su sexo. Hay también referencias aunque más leves al olfato y al gusto. La película por tanto no desarrolla un tema sino que experimenta con el lenguaje o los lenguajes a los que podía acudir el cine para mostrar una realidad compleja. No en vano la película ganó el primer premio del certamen de Venecia en 1983.


Esta película, posterior a muchas de las comentadas, sin embargo vuelve a la representación de la mujer fatal más que a la del hombre trastornado por la pasión. La Carmen de Godard tiene que ver con la cigarrera que vuelve loco a don José. Quizá para buscarle una explicación habría que remitirse a los fantasmas personales del propio Godard. Es significativo que aparezca en la película como actor, y cómo lo hace, en la relación que mantiene con Carmen, que se supone su sobrina, con quien mantuvo una relación en el pasado que no se explicita; cada vez que la intenta tocar ella se escabulle, lo va esquivando hasta conseguir lo que pretende, que le deje un apartamento en Trouville.


La época que ahora vivimos es una época conservadora, llena de instrucciones y prohibiciones, no solo por la vigilancia de la mirada y el control de las sensaciones, las permitidas y las que no, sino por la imposición de un orden lógico en el discurso y por la construcción de un relato común. Nada queda libre, independiente de las construcciones políticas e ideológicas, con poco margen para la improvisación, una época ciega al hallazgo, en cualquier rincón encuentra uno un comisario, un censor. Abducidos por la tecnología hemos dejado de soñar; los ingenieros han tomado la delantera a los poetas. Una época sin ambición. Filmin.



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