Qué duro ser ruso, si hemos de dar crédito a las historias que cuenta Maxim Ósipov en el conjunto de relatos que agavilla en este libro, a las que debemos añadir el relato de su propia historia. Ósipov nació en Moscú en 1963. Se licenció en medicina y se especializó en cardiología. Fue investigador en California y regresó a Moscú para ejercer la medicina, al tiempo que se dedicaba a la literatura, como editor y como escritor. Más tarde abandonaría la capital por Tarusa, a cien kms, para crear una fundación que asegurase el hospital en que trabajaba. Una actividad que se truncó el pasado mayo cuando huyó hacia Berlín.
En los relatos de este libro aparecen personajes en medio de atmósferas opresivas, fragmentos de vidas rotas, incompletas o desorientadas a las que no se les ofrece un horizonte de redención, sino una cotidianidad rutinaria. No se nos cuentan antecedentes o no de forma suficiente para entender como han llegado hasta el lugar sin esperanza que habitan. Casi todos los cuentos se truncan, dejando al lector con ganas de saber un poco más, de atisbar, como sucede en casi todas las historias, una vía de salida.
En Piedra, papel, tijera, Ksenia tiene unos cuantos negocios en una ciudad de la Rusia central. Se podría decir que es el alma de la ciudad, una autoridad natural que los demás le condecen. Los hombres con poder la respetan y la obedecen. Pero Ksenia vive con desasosiego, no se encuentra cómoda en su papel, algo esencial le falta. Solo cuando aparece una joven kazaja y entra a trabajar en su cantina, una chica poco habladora pero con una mirada intensa, dueña de sí, Ksenia ve un sentido a la vida sin sentido que está llevando. La chica es musulmana, ardorosamente musulmana, sabe defenderse. Ksenia contempla la posibilidad de verterse a esa religión, incluso de construir una mezquita en lugar de la iglesia ortodoxa que iba planeando.
En Un hombre del Renacimiento, un hombre muy rico, moscovita, que probablemente hizo fortuna en los años de Yeltsin, intenta por todos los medios saber en qué consiste la vida. Contrata a un par de profesores uno de historia, y otro de piano y múscia, para que le enseñen. A sus espaldas, estos y Ladrillo, su asistente, se burlan de él. Desde las alturas de sus oficinas, un día ve a una chica que sale del conservatorio, donde está aprendiendo a cantar. Ella le invita a pasar a la sala de audición. La oye y luego van a su casa, pasan la noche. Él hace planes con ella, imagina una vida con ella un hijo en común. Pero la chica, Lora, se desentiende de lo que el hombre planea. Por casualidad, el hombre rico, yendo hacia su dacha, entra en contacto con un chiquillo de once años: ve cómo viste, cómo vive con su padre en una casucha miserable, maloliente, un padre alcoholizado e inútil. Ve la oportunidad de hacer el bien: llevar al padre al hospital, adoptar al chiquillo, vestirlo, calzarlo, darle la buena vida que no tiene. Le deja que lleve una moto de nieve por la que parece entusiasmarse. Pero llegado el momento, el chiquillo no se deja desprender de la mala vida que lleva. La historia para este hombre aburrido de ser rico no puede acabar bien.
En Cual ola de mar, un sacerdote moscovita no puede tener hijos. Entonces con su mujer deciden adoptar una perra. Como no pueden llamarla de ese modo, perra, le dan un nombre, Mona. En una primera vida, el padre Sergi era geólogo, pero sin saber muy bien cómo, devino en sacerdote ortodoxo. La vida con Marina, su mujer, no es placentera. Un día sufre un dolor intenso, piensan que es un infarto y lo llevan al hospital. Al otro lado de la cortina, en el hospital, hay un hombre con muy malas pintas. Hablan. Es un escritor con una vida mucho peor que la suya.
El estilo de Osipov es peculiar. La voz del narrador cambia con frecuencia, pasa de un personaje a otro; es una voz interior más pendiente de lo que los personajes piensan y sienten que de describir lo que sucede en el exterior. A través de esas voces interiores vamos descubriendo la vida triste de la sociedad rusa.
En Cape Cod, dos jóvenes rusos, Aliosha y Shúrochka, por separado, hacen su primer viaje a Nueva York. Era 1989. Allí se conocen y conciben un hijo, recogen cantos de la playa de Cape Cod y les que ponen nombres de personajes de Un héroe de nuestro tiempo de Lérmontov. Pocos años después vuelven y se instalan en la gran ciudad, con un Leo ya crecido. Entonces americanizan sus nombres: Alex y Alexandra. Leo va perdiendo el ruso hasta dejar de interesarle. Como la Irina de Ulítskaya, Leo hace contorsiones en el alféizar de una ventana para impresionar a Yulia, la compañera más lista de la clase. Aliosha o Alex o Alexéi tiene que volver a Moscú porque su padre no coge el teléfono. Teme por su vida, la única conexión con pasado ruso. A Alex le van bien los negocios, hace mucho dinero. Mantiene el contacto con dos amigos de la infancia, Lávrik y Rodión; cada uno ha seguido caminos distintos, el primero sin rumbo, al segundo le ha dado por la religión. Leo no sale como ellos esperan. En el día de la graduación les sorprende: ha decidido convertirse en militar, no le importa si le envían a Afganistán. "Lo que le espera no es vida, sino un constante epílogo", piensa la madre. Tres figuras en un mundo cambiante: el desarraigo, la soledad del nuevo mundo, Rusia convertida en un planeta lejano.
El amigo polaco es un cuento que va construyéndose y ganando en intensidad y emoción como lo haría una composición musical. Una chica violinista piensa en pasar la frontera hacia Polonia y al espacio Schengen. Recuerda cuando al guardia de frontera le respondió que al otro lado, en Polonia, tiene un amigo. El amigo polaco es una excusa que saca de vez en cuando para salir de una pregunta incómoda o para quedarse a solas con un secreto que a nadie desvela. La violinista se convertirá en profesora y a través de una fotografía recordará el momento del pasado cuando fue a tocar un trío con trompa en una ciudad polaca. El trompista no acudió, estaba enfermo, le sustituyó un viola. En el ensayo con el violista, la chica irá ascendiendo hacia escalas nunca antes sentidas de emoción, comprenderá por fin lo que significa una frase que ha oído otras veces, 'solo el amor supera a la música'.
En El complejo conocemos la atmósfera social de una ciudad postsovietica hoy aislada, antaño con un gran complejo papelero que lleva el nombre del gran espartaquista alemán Liebknecht. Es el relato con la estructura más original. Unos cuantos personajes se suceden en la narración. El primero es un vecino hecho rico que se hace cargo del complejo papelero y lo lleva a la ruina; el segundo es el médico del lugar, un hombre descuidado e irresponsable al que el sistema ha corrompido, hace de anestesista y de médico familiar al mismo tiempo; la tercera es Alia que como consecuencia de un parto sin control entra en coma. Le faltan pocos días para morir. Junto a ellos el abuelo, que se ha hecho cargo de Alia después de que sus padres muriesen, y Tamerlán, un buen hombre que malvive gracias a los trabajos que hace con una pick up Volga, que se casa con Alia, a la que sin embargo no le permiten ver. Por la mañana va al hospital provincial a ver al recién nacido, por la tarde mendiga unos segundo al médico para que le dé alguna información sobre Alia.
En las atmosféricas historias de Osipov se nos pone en situación con algún desarrollo pero nunca nos enteramos de cómo concluyen.
En El Spree, una frase intenta dar el tono de la vida social rusa: 'Peores problemas ha resuelto el comité central'. La repite el padre, un antiguo oficial del KGB, de dos hijas con un carácter y una situación social opuesta. Betty, la moscovita, es una mujer alta y guapa, entrenada en casi todos los deportes, que ha triunfado en la vida, con una superioridad natural. Elsa es una berlinesa, que vive de una tienda de materiales de equitación y cuida la tumba de sus padres fallecidos. Está sola en la vida. El padre de ambas, el hombre del KGB, ya mayor, le cuenta a Betty que tiene cáncer de próstata y que necesita un buen médico alemán. No confía en la medicina rusa. El problema es que los hombres del KGB no pueden volver a Alemania. Así se entera Betty de que tiene una hermana en Alemania. Betty acude a Berlín llena de fortaleza física mental y económica, segura de su superioridad sobre su desconocida hermana, haciendo planes, y con entradas reservadas para ir a ver La flauta mágica esa misma tarde. Pero Elsa tiene carácter. Cuando se entera de que su padre no se ahogó en el Spree como pensaba y que su recién conocida hermana ha venido para pedirle ayuda para un padre muchos años después de que las abandonase, a su madre y a ella, reacciona como Betty no esperaba. El cuento acaba cuando de vuelta a Moscú el padre le dice a Betty que en Israel hay tan buenos médicos como en Alemania.
Bella es una vieja actriz con demencia. El relato transmite el punto de vista de Bella, sus pérdidas de memoria y de consciencia, un mundo que se desmorona. Bella acude a un hospital benéfico donde cuidan a niños enfermos. Intenta que le den un trabajo después de jubilarse como actriz, leerles cuentos. Bella recuerda a Liova con quien tuvo su única experiencia memorable, siendo joven en una colonia de vacaciones. Ahora cree que viene a visitarla a su apartamento, que por fin se encontrarán en la cita que no tuvo lugar en la estación de tren. Nada se corresponde con una realidad que se evapora.
El último relato está reseñado aquí.
Osipov sigue el consejo de Hemingway: cuenta poco, deja lo más a la imaginación del lector.
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