jueves, 1 de diciembre de 2022

El comensal (novela y película)

 



En mayo de 1977 fue asesinado el empresario vasco Javier de Ybarra. Uno de tantos en un momento negro de la historia reciente. Su nieta, que no llegó a conocerlo, Gabriela Ybarra lo recuerda en una novela que se titula El comensal. En junio de 2011 la madre de la escritora muere de cáncer en Madrid. La vivencia del duelo empareja en la escritura los dos sucesos. Unas pocas pinceladas le ayudan a contextualizar los hechos en su momento histórico: el terrorismo etarra, que no se menciona como tal, las primeras elecciones democráticas, la expulsión de la familia desde los altos de Neguri a Madrid. La novela es una crónica íntima de cómo la escritora vivió los sucesos, el desgarro familiar, la impotencia, el duelo, el recuerdo de los comensales ausentes, abuelo y madre, de las comidas familiares donde por costumbre se deja una silla vacía por si inopinadamente se presentan.


Sobre esta historia Ángeles González Sinde, con la ayuda de la autora, elaboró un guion para hacer una película con el mismo título. La novela se publicó en 2015, la película se estrenó en junio de este año. Si el núcleo de la primera gira en torno a la relación de la madre con la hija: la aparición de la enfermedad, la búsqueda de cura en hospitales de Nueva York, la despedida y muerte; la segunda se centra en la relación con el padre, que es tan protagonista como la hija. En la primera los detalles de la escritura son cruciales para entender los cambios en el tejido psicológico de la protagonista: "Llueve menos. Escribo con la libreta resguardada dentro de mí chubasquero, pero a veces se cuela una gota por la cremallera y emborrona la página. Trato de imaginar el día en el que apareció el cuerpo". En la segunda es el montaje en paralelo de los hechos de 1977 y los de 2011 y posteriores lo que da sentido a la historia. La primera es una suerte de fragmentos de vida íntima; la segunda es política, cómo la vida de las personas es inseparable de las condiciones políticas y sociales. Gabriela Ybarra muestra una voluntad explícita de separarse de las condiciones históricas que propiciaron los sucesos que describe. González Sinde los pone en primer plano. La primera se vale de su memoria para reconstruir parte de la historia familiar. En la segunda el contexto histórico reconstruido con sonidos imágenes vestuario música es ineludible, mostrando las versiones de la hija que quiere recordar y del padre, que ha vivido muchos años con escolta, que quiere olvidar.




La tercera versión es la del lector y espectador. Ayer tuve la suerte de ver a Gabriela Ybarra y a González Sinde conversando sobre la novela y la película. Cuánto cambia lo que imaginamos con lo que es en realidad. Aunque, incluso cuando tenemos delante a una persona la imagen que de ella nos forjamos sigue debiendo mucho a la imaginación, pero al menos matizada por lo que se ve y oye. Hasta Gabriela confiesa que cuando se vio representada en la pantalla por Susana Abaitua creyó ver una historia que no era la suya. De Gabriela también he leído los escritos que de tanto en tanto publica en periódicos. A Gonzalez Sinde le he seguido la pista en sus guiones, en sus películas, en su actividad como ministra. Mi imagen preestablecida ha sido un fracaso. González Sinde tiene tablas, pero es una persona serena y reflexiva, lejos del monigote en que se convierte cualquier político. Gabriel Ibarra parece pedir perdón por haberse expuesto a los ojos de todo el mundo. En ambos casos, en general, el conocimiento de los autores mejora su obra. Las mejores obras son aquellas que por encima de sus imperfecciones se construyen sin andamiajes. También Gabriela Ybarra al final de su novela habla de eso: conocer al otro cualquiera que sea es convertir un guiñapo en persona.




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