viernes, 2 de diciembre de 2022

Fatalismo

 


«No ha pasado nada más de lo que hemos visto todos. Cinco minutos de descontrol total y de pánico. Nos han metido dos goles y si tenían que haber marcado dos más, lo hubieran hecho».


Esto lo dijo ayer el seleccionador nacional. Sumado a lo que dicen y escriben los líderes de opinión estamos bien jodidos en una suerte de fatalismo, un círculo cerrado del que parece difícil escapar. El fatalismo es el último escalón por debajo del pesimismo; el pesimismo suele estar informado y puede ser un paso hacia la acción. El fatalismo es impotencia abandono y desesperación. ¿A qué se debe el actual fatalismo? Dentro de los sistemas liberales, primero se habló de tolerancia, luego de respeto, luego de protección incorporando los derechos de las minorías al andamiaje jurídico de las democracias. Era lo correcto, la evolución natural del progreso. Faltaba un paso más y es que las minorías tomasen el gobierno y dictasen criterios minoritarios para el conjunto de la población. No es que ahora la suma de minorías hagan una mayoría superior al resto de la población, sino que sumadas a una fuerza con voluntad mayoritaria pero que ha perdido ese sentido porque ha prevalecido el mero instinto de poder han conquistado la esfera de opinión con voluntad de modelar la sociedad de acuerdo a la defensa de intereses propios escondidos bajo formas ideológicas. Cada minoría tiene un interés propio que quiere convertir en privilegio. En ese estado de opinión estamos.


La expresión fatalista es la conciencia de que no podemos salir de este círculo de intereses convertidos en privilegios porque no hay una mayoría suficiente para pensar en el bien común de forma desinteresada buscando el beneficio de todos. Un fatalismo que se abisma en la idea de que quienes se imponen son los que en el pasado crearon un gran mal: el terrorismo en el caso de Bildu, el golpe de estado por parte de ERC. A lo que hay que sumar las leyes ideológicas promovidas por parte de alguno de los partidos coaligados en el gobierno: la eliminación del delito de sedición, la ley que rebaja los delitos de orden sexual. Junto a esa conciencia, la idea de que no nos gobierna los mejores sino los peores, también ellos movidos por su propio interés personal, creando una atmósfera de radicalización que emponzoña la vida social. Los líderes de opinión fatalistas transmiten esa moral de derrota al conjunto, haciendo que la vida pública gire como el agua en un sumidero que poco a poco va acabando con el vigor de la sociedad sin que aparezcan proyectos ilusionantes de país, sin otro futuro que el abismo que se avizora allí donde las aguas desaparecen.




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