lunes, 27 de septiembre de 2021

Sobre la verdad

 

Hay un asunto con la verdad, que pocos la quieren. Algunos negocian con ella y la aceptan hasta cierto punto. En algunos aspectos de su vida que consideran importantes la verdad no entra. La dejan al margen y afirman que su creencia es una verdad fundamental no sometida a revisión. Aceptan ser esclavos de su creencia a cambio de estar reasegurados. Renuncian a la clave de su humanidad que es el autoconocimiento. Son humanos disminuidos, se podría decir. La vida del hombre sobre la tierra es la historia de esa fragilidad. Quienes la conocen se dedican a la política. Durante la mayor parte del tiempo la han gobernado como a rebaños pacientes.


Tener en cada momento la imagen más precisa de la realidad es conformar nuestra mente con procedimientos científicos. En ese proyecto está embarcada la humanidad desde hace milenios. Funciona en la mente colectiva, si pudiésemos hablar así, pero no en la individual. Hasta cierto punto es comprensible que así sea, los investigadores de instituciones separadas por países y lenguas y por ramas del conocimiento estudian una parcela que dominan mejor que los demás, lo que no garantiza que tengan una visión clara del conjunto de las cosas. La humanidad evoluciona sumando hallazgos y tecnología, ciencia e ingeniería. La comprensión va eliminando el ruido (Kahneman), siendo cada vez más precisa. Los diagnósticos en derecho, medicina y otros campos los harán cada vez más los algoritmos dejando a las mentes individuales en una perpetua confusión. ¿Es posible el salto de la cada vez mayor claridad conceptual colectiva a una mente individual que apueste por la verdad, concibiendo está como una visión pragmática de la realidad, o el lado intuitivo inconsciente irracional que domina la percepción individual y sus actos consecuentes es una barrera infranqueable?


El hombre más sabio en cada época era el capaz de hacer una síntesis de los conocimientos recientes y punteros, un Aristóteles, un Newton, un Einstein. A partir de esas síntesis la humanidad ha ido dando saltos. Así que cabe preguntarse, ¿hay un hombre en la actualidad capaz de hacer una síntesis del conocimiento acumulado en las últimas décadas o solo una máquina podrá hacerlo mediante un algoritmo?


El salto mayor no está en el ascenso por los sucesivos escalones en la comprensión del cosmos, el salto mayor está en la divergencia entre el conocimiento y la vida. El conocimiento es colectivo, la vida individual. Una buena vida extrae lecciones de la experiencia. La experiencia se transmite por otras vías diferentes al conocimiento científico. Aquí hay otros campeones: Buda, Jesús, Zhuangzi. El grave problema es que las buenas experiencias individuales se conviertan en doctrina. Se puede convertir en ejemplar la buena vida de individuos ilustres, pero la vida de un individuo concreto es intransferible, única e inimitable. Como proyecto una vida debería contemplarse como una vida veraz, buena y placentera, es decir una vida feliz. Hacerla posible solo está al alcance de pocos y no del todo en nuestras manos. El camino hacia la felicidad exige un compromiso con la verdad (ciencia, colectiva), una exigencia de bondad (para lo que sirven las vidas ejemplares) y una predisposición al disfrute de cada instante (que depende de la estructura psíquica de cada individuo y su negociado con la realidad). Articular esos tres niveles es el negocio de toda vida.




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