Es posible recorrer una ciudad sin remitirse a su historia. Entonces no importan las huellas del tiempo sino tu actual paso. Si nada hubiese existido antes de ti, si nada acude a tu conciencia, para ti todo es nuevo, la ciudad es un escenario en el que vives este instante. Todo comienza y acaba en este momento preciso, nada más te importa, y cuando lo recuerdes si alguna vez lo haces no habrá recuerdo sino pura imaginación. Todo lo que ocurra a tu mente será invento.
Las campanas de la catedral que ahora oigo no son más que las notas que el badajo hace sonar en el bronce. Las mujeres que ahora miro tienen la edad que tienen y ahí se quedarán. Eternamente jóvenes, para siempre bellas. Seductoras seguras inconscientes. Tan solo la luz corre ligeramente hacia el oeste y una brisa ligera se levanta del sur cuando las aguas del río se vuelven sombrías. Nada es más verdadero que la foto que clico en este instante. Aunque sé que a poco me levantaré de esta silla de esta mesa en la ribera del río, en la terraza de la catedral, frente al museo de la DDR, y nunca más veré lo que ahora veo: una barcaza llena de gente para hacer un circuito alrededor de la Isla de los Museos, nunca más este edificio de cristal con un gran andamio para repararlo, nunca más las voces que como yo miran de frente a los barcos que pasan, nunca más esta conjunción de espacio y tiempo en el centro de Berlín en el año de la pandemia en un verano que se acaba. Nadie puede vivir en la eternidad por mucho tiempo.
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