viernes, 21 de mayo de 2021

Feria, de Ana Iris Simón

 




Parece que Feria se está convirtiendo en un fenómeno. Su autora, Ana Iris Simón, una periodista en precario, decidió contar una parte de su vida, la relacionada con un paisaje donde conviven realidad y ficción y una familia más o menos extensa de padres abuelos tíos y primos en la que creció. Ni paisaje ni familia se parecen al que modeliza el sistema audiovisual. En sus páginas brotan panorámicas y modos de vida en desuso, por los que un buen productor no daría un real (Quizá sí, en algunas pelis de Almodóvar hay algo de ello). Y además lo cuenta con desenvoltura. Vida y lenguaje, he ahí el milagro de Feria. Frescura, salir de los moldes, de la vida encorsetada. Quizá solo bastaba con eso para llamar la atención, como cuando los poetas hablaban de poesía pura y como cuando los vecinos, tras salir de misa y escuchar el sermón, se ponían a hablar en corrillos al buen tuntún, de forma algo desordenada pero escuchándose unos a otros, dejando que Antón terminará de hablar o Cecilia de reír para gastar un turno. Una mezcla de lo uno y de lo otro.


Lo de menos es el contraste con los discursos vacíos llenos de roña, lo demás el fluir libre autónomo independiente. La vida termina por fluir donde menos se la espera. La vida solo fluye en las personas que habita. Ahí están las abuelas, la Mari Cruz y la María Solo, la Ana Mari, la madre, el hermano Javi, que preguntaba si cada nuevo día sumaba o restaba, o el padre que le enseñaba contraportadas del As al hijo, "a ver si así se curaba".


La vida que fluye sin trabas lleva incorporada la risa y el buen humor, 'la Ana Mari es como el universo, que se expande,' 'Javier, el niño que decía llamarse Martita, el día que se perdió en el Eroski', y cuando aparecen los problemas, cómo no van a parecer, se desenredan más fácilmente que cuando suben dramáticos a un escenario. Ana Iris Simón ha subido al escenario, ha cogido el idioma y lo ha devuelto a 'los corretes del fresco'. Antes que ella ya lo habían hecho otros, como Manuel Vilas en Ordesa, pero Ana Iris Simón lo ha hecho con más frescura, y si 'desacomplejada' no fuese una palabra marcada se podría decir que se ha deshecho de complejos para escribir Feria, y cómo no lo va a ser alguien que no se avergüenza de que sus abuelos fuesen feriantes y tampoco de escuchar a Los Chunguitos.


Se necesitará tiempo para limpiar el lenguaje de todas las palabras fallidas, de todas las palabras repetidas, de la cochambre que todos estos años ha ido acumulando. El libro de Ana Iris Simón va en esa dirección. En todos los idiomas ocurre, de vez en cuando viene alguien que los pasa a limpio. No en vano es una escritura que nace del territorio sin relieve de La Mancha, por donde cabalgaba Don Quijote, por donde el viento se lleva todo lo que sobra, por haber hasta doce vientos soplan en El cerro de la Virgen del Campo de Criptana, cada uno con su nombre.


Pero con ser importante la limpia del idioma, es en la mente donde se produce el efecto más benéfico. Nos esclavizan las cadenas de palabras que generan significados fijos, inamovibles durante un tiempo. Torturan la realidad hasta hacerla inflexible, tanto como para convertirla en fósil. Lo que luego analizan arqueólogos e historiadores para comprender la decadencia de un periodo histórico o de un pueblo. Eso hacen los buenos escritores, destruir las palabras fósiles, dar una vida nueva al lenguaje, nombrar con precisión lo que tienen delante.

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