lunes, 29 de marzo de 2021

Leer la Odisea

 



Podría uno pensar antes de ponerse a ello que la Odisea es un texto antañón, que uno habría de bracear en él con útiles filológicos y profesorales para tratar de entenderlo y disfrutarlo. Pero la sorpresa es que eso no sucede, que, a su lado, casi todas las novelas y libros de poesía actuales son los viejos. Mi experiencia con la traducción en verso ritmado, aunque no rimado, de José Manuel Pabón, en Clásicos Gredos, es de frescura y juventud, no de volver a la infancia de la humanidad sino de ver los asuntos humanos con una mirada limpia, al contrario de los textos actuales, en los que se han ido acumulando, además de los efectos retóricos de la tradición literaria, modos de ver oxidados prejuiciados repetidos hasta enturbiar la mirada del lector.


Ni siquiera se ven como extrañas las apariciones de los dioses, Atenea Zeus Hermes Poseidón, sino más bien como imágenes de las emociones o fuerzas que mueven a los hombres, o al menos así podemos leerlas, pues se nos escapa, no podemos comprender, la relación de los griegos con la esfera divina, una de tantas rupturas que quizá nunca lleguemos a reparar. No vemos a Atenea como diosa disfrazando de viejo a Odiseo para no ser reconocido de inmediato, cuando llega a Ítaca, sino a una moderna cuidadora personal, ni a un Poseidón de mala uva acabando con las naves del héroe sino al propio mar embravecido. La diosa Atenea, que tan a menudo aparece, es más un personaje humano que divino, hasta con trazas de alcahueta 'poniéndoselas' a Odiseo, como cuando le rejuvenece y le adorna para encontrarse con la joven buscadora de marido, Nausícaa:


"Mas entonces Atena, por Zeus engendrada, le hizo

parecer más robusto y más alto: los densos cabellos

le brillaron pendientes de nuevo cual flor de jacinto".


La lectura me ha llenado de preguntas, me ha transportado a un tiempo aparentemente lejano, pero no tanto. He visto al propio Homero haciéndose valer como creador, cuando elogia el papel del aedo -tan presente en el relato- en las cortes donde él mismo cantó,


quiero honrarle aunque esté yo afligido; de parte

de cualquier ser humano que pise la tierra, la honra

y el respeto mayor los aedos merecen, que a ellos

sus cantares la Musa enseñó por amor de su raza”


Me ha sorprendido, más allá de la dominante épica del relato -valor sangre honor carácter venganza- los rasgos de humor, también de burla cruel, como cuando pelean los dos mendigos, Iro y Odiseo disfrazado, y los pretendientes de Penélope "moríanse de risa", así como las abundantes lágrimas de todos a lo largo de la obra.

Pero si la Odisea es el relato emocionalmente bien armado de una familia leal que perdura en el tiempo durante veinte años, desde que Odiseo sale de Ítaca hasta el día que regresa tras la guerra de Troya y el largo periplo por islas y mares, manteniéndose Penélope fiel durante esos veinte largos años -en la noche "la esposa leal despertaba y, sentada en el lecho mullido, entregábase al llanto"-, demasiado incluso para un poema épico, la mitología griega es tan proteica, admite tantos relatos, ramas contradictorias que se desgajan del tronco, que no aguanta veinte años de fidelidad. Si en la versión de Homero Penélope es una sufrida fiel mujer, en otras versiones se casa con Antínoo, el pretendiente más lenguaraz, y es repudiada por Odiseo, en otras es seducida por Anfínomo y por eso se desata la cólera del héroe, en salvaje carnicería, contra todos los pretendientes, y en otras aún con quien se casa, tras la muerte de Odiseo, es con Telégono, hijo de Circe y del propio Odiseo, quien en un último acto involuntario, como se acostumbra en la tragedia clásica, mata a su padre sin saberlo.


La Odisea está llena de emociones sentimientos aventuras giros sorprendentes, tramas que luego ha tomado la novela en su historia: lealtades y traiciones y escenas de alcoba: Melanto la doncella bien tratada por Penélope que, sin embargo, busca en la noche a Eurímaco para su gozo, e incluso insulta a Odiseo. No solo Melanto, cuando Penélope se acuesta, sus siervas salen para ayuntarse y divertirse con los pretendientes. Al Odiseo retornado, que las oye, su corazón le ladra de indignación: "cómo ladra la perra que ampara a sus tiernos cachorros". Ya sabíamos del valor objetual que unos hombres tenían para otros, que el hospedaje era uso y ley, pero que entre los objetos valiosos que se dan al huésped había mujeres, como recuerda Odiseo en el último encuentro con su padre, Laertes:: "cuatro bellas mujeres le di sabedoras de muchos y esmerados trabajos que él mismo eligió a su talante", y lo fácil que era pasar de hombre libre a esclavo.


Quizá Odiseo resulte antipático a la mirada moderna, ya no somos feroces y vengativos, ahora somos blandos moralizadores, tampoco leales como Penélope, sí algo más independientes, quizá tan paternales como Laertes pero, sin duda, menos respetuosos y filiales que Telémaco, pero no somos muy distintos, sin duda menos vitales pues donde ellos vivían nosotros imaginamos. Pero humanos al fin, con conciencia de finitud, de justicia y moralidad. Ulises a Anfínomo: 'ningún ser más endeble que el hombre sustenta la tierra. Nunca piensa que va a sufrir mal mientras le hacen los dioses prosperar y sus pies le mantienen erguido, mas cuando las deidades de vida feliz le decretan desdichas, mal de grado se inclina ante ellas con alma paciente... Por ello nunca debe un mortal practicar la injusticia; recoja silencioso los dones que el cielo le dé". Odiseo no es un héroe sino un mortal acosado o protegido por los dioses, resignado, contento de serlo, hasta rechazar la oferta de inmortalidad que le hace su amante Calipso, a sabiendas de que va "a encontrar bien temprano esa muerte que nadie rehuye una vez que ha nacido". Para que se vea con claridad que ahora hablamos de humanos, en el último canto comparecen los héroes de Troya recordando las viejas hazañas, entre ellos el pélida Aquiles, pero sobre todo Agamenón que, por contraste, recuerda con tristeza la traición de su esposa Clitemnestra frente a la fidelidad de Penélope. Eran labriegos quienes imaginaban y oían aquellas historias, el propio Odiseo se dice tal:


Bien quisiera, ¡oh Eurímaco!, entrar en disputa contigo

de trabajo, en la buena estación, cuando alargan los días,

sobre algún herbazal, yo empuñando una hoz bien curvada

y tú otra, y que así a trabajar nos pusiéramos ambos

sin comer, por la yerba sin fin hasta hacerse de noche;

o que hubiera que arar conduciendo una yunta de bueyes,

los mejores, tostados y grandes, saciados de grama,

de una edad y un poder, con la fuerza aún intacta, y que fuera

por un haza de cuatro fanegas ahondando el arado,

que bien vieras si sé abrir los surcos de un linde hasta otro”.


Los clásicos nos informan sobre la época en que fueron creados pero también sobre la nuestra. Ahí radica el valor del clásico. La Odisea nos da idea de cómo eran los roles en la época, siglo VIII a C, cuando fue escrita, a quién se dirigía el aedo, los agricultores de la época oscura, pero también nos informa de cómo es recibida por los sedentarios lectores de ahora. Otra época, otra asignación de roles. Al igual que los siglos oscuros griegos, nuestra época también es histórica. Podemos adelantarnos a los arqueólogos del futuro, haciendo el esfuerzo de no ser contemporáneos, para ver de qué dependen nuestros sentimientos, cómo se forja nuestra percepción. También cabe preguntar qué partes de las formas de la perfección que aparecen en la Odisea ya no son nuestras, las hemos olvidado, ya no funciona en nuestra mente, y si no merecerían ser rescatadas, al menos en parte. Entre ellas, la idea de lo divino. En todo caso, nos sigue llegado el sentir de un griego de hace más de 2.500 años a través del palpitar de su fuerza poética:


"Así pues, a Penélope, exhorta a que espere en sus salas

la caída del día, por mucha que sea su impaciencia.

A esa hora iré yo; del regreso sabrá de su esposo

si me deja un lugar en la lumbre: mis ropas, lo sabes,

pues a ti te he pedido el primero, no son más que harapos".



No hay comentarios: