martes, 4 de agosto de 2020

De Tejada a Retuerta


No tengo otra excusa, caminar sin más, que el aire y el sol me recorran. Llegar a un pueblo en verano, Tejada, lleno de chiquillería, a las nueve de la mañana. Un belga viaja solo y te pide información. No habla nada de español. Duerme en una furgoneta, recorre estos días la zona del Arlanza. Muestra las rutas que hace en un mapa con planos muy básicos. Explica lo que quiere hacer. No le podemos ayudar. ¿Cómo se las apañará? No le preocupa el virus. La pista que discurre entre sabinas y encinas pronto se convierte en sendero pedregroso, de lapiaz, que tuerce los tobillos. El día es caluroso pero soportable. Ni una brizna de viento. El primer objetivo, una lápida funeraria: lo que queda de dos jóvenes aviadores que murieron en enero de 1938 cuando su avión se estrelló contra las rocas que sobresalen del bosque durante la guerra civil. Sólo queda la lápida y sus nombres en ellas, todo lo demás fue recogido y bajado al valle. Ascendemos hasta el pico de la Sierra, zona visible desde lejos por las antenas, de telefonía y militares. Desde arriba la panorámica en un día soleado y limpio es extensa: Sierra de la Demanda, las Mamblas cercanas, el sabinar del Arlanza, la montaña palentina, la sierra segoviana y madrileña. Y los pueblos. Tejada, la torre de Castrillo, Lerma, Ciruelos de Cervera y muchos más.



Después cervezas y bocatas, de nuevo en Tejada: nos sorprende tanta gente y tan joven. Retuerta, el pueblo que se salvó de las aguas del pantano y que por ello conserva casas de la vieja arquitectura castellana: adobe pintado, vigas y travesaños de madera en las paredes y balcones. Cebrecos y su iglesia barroca, con una bonita portada: un grupo de jóvenes habla despreocupada del virus; dicen tener amigos que lo tienen. La fuente Untierma de Solarana, que no veía desde niño: ya no hay surgencia y el remanso de agua, aunque con ranas, tan quieto como escaso. Y última parada en Lerma para una cerveza más. Lerma siempre merece la pena.




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