domingo, 24 de mayo de 2020

Radicales libres (Demasiada felicidad, Alice Munro)


Nita no era de los que nunca vuelven a leerse un libro. Los hermanos Karamazov, El molino del Floss, Las alas de la paloma, La montaña mágica una y otra vez. Cogía uno, pensando en leer un trocito concreto, y se veía incapaz de dejarlo hasta volver a tragárselo entero. También leía novela moderna. Siempre novela. Detestaba la palabra «evasión» aplicada a la ficción. Podría haber argumentado, y no solo por llevar la contraria, que la evasión era la vida real”. (Aquí el relato).

Rich es profesor en la universidad y un buen manitas capaz de convertir una vieja y pequeña casa de campo en una vivienda amplia y confortable. Su esposa Bett compra dos mandiles de carpintería y le ayuda en lo que puede a transformar la casa. Bett por su parte es una buena cocinera y conoce las plantas de jardín y del huerto, con todo ello escribió y publicó un libro de platos suculentos y donde explicaba “las propiedades tóxicas de ciertas plantas conocidas y por lo general inofensivas”. Cuando está la casa terminada Rich se enamora de una secretaria de la facultad. El primer polvo lo echaron entre las virutas de los trabajos de Rich en la casa y el último en lo alto del terraplén de la vía del tren que está junto a la casa. El punto de vista del narrador en tercera persona es el de Nita (un radical libre). Cuando Nita, la secretaria, se muda a la casa, Bett ya se ha marchado a California y más tarde a Arizona tras el divorcio. El narrador nos lo cuenta desde un presente en que ya ha sucedido la mitad de la historia. Nita ha entrado en la sesentena, está sola, tiene un cáncer de hígado que le da un margen de un año de vida. No puede tomar café, tampoco tomar vino. Vive una vida pasiva, colmada de recuerdos en una casa en la que es como una intrusa, la casa de Rich y Bett. Ha leído mucho y tiene libros en casa que no le ha importado releer varias veces, aunque ahora no le quedan ganas. Rich ha muerto a los 81 años, no hace mucho, de un golpe fulminante del corazón, tras unos análisis que le daban buena salud. A la viuda Nita apenas le quedan un par de amigas con las que ya no puede beber.

En esas está cuando comienza la segunda parte de la historia. Cuando abre la puerta de delante para que corra el aire y alivie el calor, al otro lado hay un hombre que le pregunta si sabe dónde está la caja de fusibles. El intruso se autoinvita a la cocina para comer algo porque es diabético. Parece joven, pero no lo es tanto, su delgadez le ha engañado. Las sorpresas en pocas páginas se suceden una tras otra como en un relato de misterio o de suspense o de terror. Hay que releer cada una de las frases para no perderse, para encontrar un significado oculto o verdadero, para ver qué está sucediendo. La voz del hombre cambia, se vuelve agresiva, hace añicos un plato de loza contra el suelo. La protagonista ha de cavilar en segundos una salida a la inesperada situación en que se ha visto metida. El hombre narra una historia familiar truculenta. Le enseña una fotografía, sus padres en una sofá y una hermana gorda en una silla de ruedas. El padre le prometió la casa, pero ahora le dice que solo se la legará si acepta a la hermana dentro. La reacción del hombre es matarlos a los tres. Viene huyendo por la vía del tren y da con la casa de Nita. Nita tiene que dominar su pánico: “El hecho de que fuera a morirse al cabo de un año se empeñaba en no anular el hecho de que podía morirse en aquel mismo momento”. Nita ha de buscar una vía de escape, una evasión a esta vida real en la que no se encuentra cómoda y menos ahora. Entonces habla Nita, cuenta al intruso su historia. Le dice que su marido ha muerto y que vive sola pero que es su semejante, semejante al asesino, porque también ella tuvo que matar a la amante de su marido (se está haciendo pasar por Bett) para no quedarse sin casa, para salvar su matrimonio. El hombre, mientras, pide una botella de vino. Hablan de los radicales libres, moléculas inestables por tener electrones desparejados y ser por tanto reactivas (¿Nita?). Nita, sigue contando, conocía las propiedades de los tallos finos del ruibarbo, con ellos hizo una tartaleta y con un café fue a la secretaría de la facultad donde invitó y envenenó a la secretaria. Igualados en el crimen, el hombre, que parece haber creído la historia, coge las llaves del coche de Rich y huye con él. Poco después llega la policía y le da la noticia a Nita de que alguien robó su coche y se estrelló con él.

Cuento breve pero complejo, no se pilla a la primera. La escena en la cocina es parecida a la escena de Pozos profundos, cuando Sally habla con Kent, solo que si en esta el tiempo se dilata para comprender qué sucede en la mente de la madre, en Radicales libres el tiempo se adensa y va a toda velocidad: los breves segundos en que Nita ha de encontrar la salida para escapar a lo que le espera, tras oír del intruso su truculenta historia. También se pueden comparar el paso del tiempo, entre la primera parte de la historia en que Nita contempla el año de vida que le queda y la segunda donde ve que ese tiempo se acorta brutalmente. Otro paralelismo es la intrusión en la vida de un suceso aparentemente sin importancia pero que desencadenará con el tiempo algo inesperado: la caída en el pozo de Kent en el primero, la compra de la casa de verano en el segundo. El cuento puede parecer un cuento de misterio o de suspense o de terror, al estilo de Agata Christie o de Otra vuelta de tuerca de Heny James, pero una lectura atenta despeja cualquier misterio: “Querida Bett, Rich ha muerto y yo he salvado la vida haciéndome pasar por ti”, se dice Nita que debería escribir a Bett, aunque no lo hace porque el único que le interesa es Rich, ya muerto, al que busca por los rincones de la casa, allí donde debería estar.

Ficción (Demasiada felicidad).




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