“Nita no era de los que nunca vuelven a leerse un libro. Los hermanos Karamazov, El molino del Floss, Las alas de la paloma, La montaña mágica una y otra vez. Cogía uno, pensando en leer un trocito concreto, y se veía incapaz de dejarlo hasta volver a tragárselo entero. También leía novela moderna. Siempre novela. Detestaba la palabra «evasión» aplicada a la ficción. Podría haber argumentado, y no solo por llevar la contraria, que la evasión era la vida real”. (Aquí el relato).
Rich
es profesor en la universidad y un buen manitas capaz de convertir
una vieja y pequeña casa de campo en una vivienda amplia y
confortable. Su esposa Bett compra dos mandiles de carpintería y le
ayuda en lo que puede a transformar la casa. Bett por su parte es
una buena cocinera y conoce las plantas de jardín
y del huerto, con todo ello escribió
y
publicó un
libro de
platos suculentos y
donde
explicaba “las
propiedades tóxicas de ciertas plantas conocidas y por lo general
inofensivas”. Cuando
está la casa terminada Rich se enamora de una secretaria de la
facultad. El primer polvo lo echaron
entre las virutas de los trabajos de Rich en la casa y
el último en lo alto del terraplén de la vía del tren que está
junto a la casa.
El punto de vista del narrador en tercera persona es el de Nita (un
radical libre).
Cuando Nita, la
secretaria,
se muda a la casa, Bett ya se ha marchado a California y más tarde a
Arizona tras
el divorcio.
El
narrador nos
lo cuenta desde un presente en que ya ha sucedido la mitad de la
historia. Nita ha entrado en la sesentena, está sola, tiene un
cáncer de
hígado que
le da un margen de un año de vida. No puede tomar café, tampoco
tomar
vino. Vive una vida pasiva, colmada de recuerdos en una casa en la
que es como una intrusa, la casa de Rich y Bett. Ha
leído mucho y tiene libros en casa que no le ha importado releer
varias veces, aunque ahora no le quedan ganas. Rich
ha muerto a los 81 años, no hace mucho, de
un golpe fulminante del
corazón,
tras unos análisis que le daban buena salud. A
la viuda Nita apenas
le quedan un par de amigas con las que ya no puede beber.
En
esas está cuando comienza la segunda parte de la historia. Cuando
abre la puerta de delante para que corra el aire y alivie
el calor, al otro lado hay un hombre que le pregunta si sabe dónde
está la caja de fusibles. El
intruso se
autoinvita a la cocina para comer algo porque es diabético. Parece
joven, pero no lo es tanto, su delgadez le ha engañado. Las
sorpresas en pocas páginas se suceden una tras otra como en un
relato de misterio o de suspense o de terror. Hay que
releer
cada una de las frases para no perderse, para encontrar un
significado
oculto
o verdadero,
para ver qué está sucediendo. La voz del hombre cambia, se vuelve
agresiva, hace
añicos
un plato de loza contra
el suelo.
La protagonista ha
de cavilar
en
segundos una
salida a la inesperada situación en que se ha visto metida. El
hombre narra una historia familiar truculenta. Le
enseña una fotografía, sus padres en una sofá y una
hermana gorda en
una silla de ruedas. El padre le prometió la casa, pero ahora le
dice que solo se la legará si acepta a la hermana dentro. La
reacción del hombre es matarlos a los tres. Viene huyendo por la vía
del tren y da con la casa de Nita. Nita
tiene que dominar su pánico: “El
hecho de que fuera a morirse al cabo de un año se empeñaba en no
anular el hecho de que podía morirse en aquel mismo momento”. Nita
ha de buscar una vía de escape, una evasión a esta vida real en
la que no se encuentra cómoda y menos ahora.
Entonces
habla Nita, cuenta
al intruso su historia. Le dice
que su marido ha muerto y que vive sola pero que es su semejante,
semejante
al asesino,
porque también ella tuvo que matar a la amante de su marido (se
está haciendo pasar por Bett)
para no quedarse sin casa, para
salvar su matrimonio.
El
hombre, mientras, pide una botella de vino. Hablan de los radicales
libres, moléculas
inestables por tener electrones desparejados y ser por tanto
reactivas (¿Nita?).
Nita, sigue contando, conocía
las propiedades de los tallos finos del ruibarbo, con ellos hizo
una
tartaleta y con un café fue a la secretaría de la facultad donde
invitó y
envenenó a
la secretaria. Igualados en el crimen, el hombre, que
parece haber creído la historia,
coge las llaves del coche de Rich y huye con él. Poco después llega
la policía y
le da la noticia a
Nita
de que alguien robó su coche y se estrelló con él.
Cuento
breve pero complejo, no se pilla a la primera. La
escena en la cocina es parecida a la escena de Pozos
profundos,
cuando Sally habla con Kent, solo que si en esta el tiempo se dilata
para comprender qué sucede en la mente de la madre, en Radicales
libres
el tiempo se adensa y va a toda velocidad: los breves segundos en que
Nita ha de encontrar la salida para escapar a lo que le espera, tras
oír del intruso su truculenta
historia. También
se pueden comparar el paso del tiempo, entre
la primera parte de la historia en que Nita contempla el año de vida
que le queda y la segunda donde ve que ese tiempo se acorta
brutalmente. Otro
paralelismo es la intrusión en la vida de un suceso aparentemente
sin importancia pero que desencadenará con
el tiempo algo inesperado: la caída en el pozo de Kent en el
primero, la compra de la casa de verano en el segundo. El
cuento puede parecer un cuento de misterio o de suspense o de terror,
al estilo de Agata Christie o de Otra
vuelta de tuerca de
Heny James, pero una lectura atenta despeja cualquier misterio:
“Querida Bett, Rich ha muerto y yo he salvado la vida haciéndome
pasar por ti”, se dice Nita que debería escribir a Bett, aunque
no lo hace porque el
único que le interesa es Rich, ya
muerto, al
que busca por los rincones de la casa, allí
donde debería estar.
Ficción (Demasiada felicidad).
Ficción (Demasiada felicidad).
No hay comentarios:
Publicar un comentario