Ya
me
ocurría con las sucesivas ciudades donde he vivido, no me he sentido
vecino de ninguna de ellas, ahora extiendo ese sentimiento a todo el
país. La pertenencia a un país te lo da el nacimiento, pero no es
el hecho del
azar
natural lo que nos constituye como humanos sino la evolución
cultural, el
humus que nutre un lugar.
Administrativamente lo seguiré siendo, español
-cuánto
me cuesta escribir esta palabra-,
cumpliré las leyes, pagaré los impuestos que me toquen, cobraré la
paga que me pertenece como hace un birmano cuya
entera
vida laboral ha
discurrido en
Hamburgo, cobra la pensión y se va a vivir a una casa que se ha
construido junto al río Mekong, nunca se ha sentido alemán, seguiré
votando
como hace un británico en las municipales de Peñíscola pues vive
en el paseo de
esa villa
frente
al mar, por ver si con mi voto poco a poco desaparecen
de la vida pública gente como Lastra, Echenique y Aizpurúa, pero ya
no vuelvo a avergonzarme si me preguntan de dónde soy. Renuncio
a ser español. Soy
yo quien decide mi patria, mis afectos, mis afinidades. De hecho las
películas y series que veo, los novelas y ensayos que leo, incluso
los paisajes que me han extasiado y los hombres que viven en ellos y los personajes que me motivan no
son en su mayoría de este país, alguno hay y probablemente sientan
lo mismo que yo, porque ¿qué afinidad puedo tener con los que una y
otra vez, reiteradamente votan a gente como la mencionada o aun
peores? Ninguna, yo no puedo compartir patria con los
que votan a
Rufián, a
Otegi, a
Chivite o al
hombre del saco. Todo el país para ellos, que se queden con la
parte del
territorio que me corresponda, con
las
emociones que deberían
provocarme
las películas de Almodóvar y Amenábar y no siento, el tejido de mi patria no
está descrito
en
las novelas de Almudena Grandes
ni de Marta Sanz, se lo
cedo gustoso.
No
quiero pertenecer al mismo país de los votantes
de Sálvame y los que siguen las ficciones
de esos locutores que corren como liebres para hacer cash con su sectarismo, que se queden con sus Messi y sus Ronaldos (creo que ni siquiera son suyos), un Nobel, uno sólo, no han sido capaces, desde 1919, con su PIB, de generar un solo premio Nobel, qué nadería de país. También
hay muchos
otros
que no me gustan pero no tienen el poder y por ahora no son dañinos.
Como
hay católicos que apostatan de su religión yo apostato de ser
español, que borren mi bautismo.
Estoy
decidido a vivir un exilio interior y ahora que todo está al alcance
de
un clic,
leeré
los periódicos y revistas que me gusten, de aquí y de allí, estaré
al tanto de lo que escriban McEwan o Houellebecq, Anne Appelbaum o
Svetlana Alexiévich, seguiré el
rastro de las
buenas
películas
y de
la buena música
allí
donde surja,
como antes he hecho, pero ahora con la emoción de saber que estoy
en la misma patria que
los que escuchan a
Beethoven y Schubert, que leen
a Auden
y a Shakespeare, a
Cervantes y a
Borges
o
admiran
las construcciones intelectuales de Newton
y Einstein, la patria a la que me gustaría pertenecer, aunque
siempre habrá algún
aborrecible que se cuele
de rondón, pero
no tantos como hacer que el gobierno de esa
patria de adopción,
su arquitectura simbólica, su cultura dependa de ellos.
Intensidad.
Intensidad.
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