viernes, 22 de mayo de 2020

No me avergüences llamándome español


Ya me ocurría con las sucesivas ciudades donde he vivido, no me he sentido vecino de ninguna de ellas, ahora extiendo ese sentimiento a todo el país. La pertenencia a un país te lo da el nacimiento, pero no es el hecho del azar natural lo que nos constituye como humanos sino la evolución cultural, el humus que nutre un lugar. Administrativamente lo seguiré siendo, español -cuánto me cuesta escribir esta palabra-, cumpliré las leyes, pagaré los impuestos que me toquen, cobraré la paga que me pertenece como hace un birmano cuya entera vida laboral ha discurrido en Hamburgo, cobra la pensión y se va a vivir a una casa que se ha construido junto al río Mekong, nunca se ha sentido alemán, seguiré votando como hace un británico en las municipales de Peñíscola pues vive en el paseo de esa villa frente al mar, por ver si con mi voto poco a poco desaparecen de la vida pública gente como Lastra, Echenique y Aizpurúa, pero ya no vuelvo a avergonzarme si me preguntan de dónde soy. Renuncio a ser español. Soy yo quien decide mi patria, mis afectos, mis afinidades. De hecho las películas y series que veo, los novelas y ensayos que leo, incluso los paisajes que me han extasiado y los hombres que viven en ellos y los personajes que me motivan no son en su mayoría de este país, alguno hay y probablemente sientan lo mismo que yo, porque ¿qué afinidad puedo tener con los que una y otra vez, reiteradamente votan a gente como la mencionada o aun peores? Ninguna, yo no puedo compartir patria con los que votan a Rufián, a Otegi, a Chivite o al hombre del saco. Todo el país para ellos, que se queden con la parte del territorio que me corresponda, con las emociones que deberían provocarme las películas de Almodóvar y Amenábar y no siento, el tejido de mi patria no está descrito en las novelas de Almudena Grandes ni de Marta Sanz, se lo cedo gustoso. No quiero pertenecer al mismo país de los votantes de Sálvame y los que siguen las ficciones de esos locutores que corren como liebres para hacer cash con su sectarismo, que se queden con sus Messi y sus Ronaldos (creo que ni siquiera son suyos), un Nobel, uno sólo, no han sido capaces, desde 1919, con su PIB, de generar un solo premio Nobel, qué nadería de país. También hay muchos otros que no me gustan pero no tienen el poder y por ahora no son dañinos. 

Como hay católicos que apostatan de su religión yo apostato de ser español, que borren mi bautismo. Estoy decidido a vivir un exilio interior y ahora que todo está al alcance de un clic, leeré los periódicos y revistas que me gusten, de aquí y de allí, estaré al tanto de lo que escriban McEwan o Houellebecq, Anne Appelbaum o Svetlana Alexiévich, seguiré el rastro de las buenas películas y de la buena música allí donde surja, como antes he hecho, pero ahora con la emoción de saber que estoy en la misma patria que los que escuchan a Beethoven y Schubert, que leen a Auden y a Shakespeare, a Cervantes y a Borges o admiran las construcciones intelectuales de Newton y Einstein, la patria a la que me gustaría pertenecer, aunque siempre habrá algún aborrecible que se cuele de rondón, pero no tantos como hacer que el gobierno de esa patria de adopción, su arquitectura simbólica, su cultura dependa de ellos.

Intensidad.




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