Uno
de los aciertos de esta novela es el título. Es bonito. De algún
modo da la idea de lo que la autora ha ideado, una especie de puzzle
en torno a una localidad del medio oeste americano (Iowa), un puñado
de vidas entrelazadas, cada una de las cuales es
contenida en
un episodio significativo, aunque pulule por los demás episodios
como una sombra o como fondo de otras historias.
También vale la imagen de la cesta de cerezas que al tirar de una
van saliendo una
a una todas
las demás. Padres, novios, hermanos, amantes, una
vieja beata gruñona, un soldado que vuelve a casa sin piernas, un
muchacho que observa a su profesora en un affaire sentimental en el
bosque, pero
también una
violación,
el
asesinato
por
error de una persona equivocada,
acusaciones falsas y viajes de turismo por España. Las tramas son
sencillas como lo es la escritura. La misma imagen del puzzle sirve
para explicar el tratamiento de las historias, una mirada sobre un
tablero en el que poco a poco se van enjaezando las piezas. La contrapartida es que los personajes no tienen reverso, carecen de volumen, no
se
ahonda en ellos, aparecen como portadores de una imagen, de un suceso, de un sentimiento asociado a cada pieza del puzzle, que
parece ser,
por otra parte, la
intención de la autora. Tampoco
el narrador está por completo definido, a veces en primera persona,
a veces en tercera, incluso en alguna ocasión aparece
un
narrador omnisciente que chirría un poco. Una
lectura, por tanto,
ligera, agradable, distendida.
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