jueves, 12 de marzo de 2020

The New Pope



Solo un optimista, un vitalista mejor, como Paolo Sorrentino, puede concebir el Vaticano como un escenario alegre y vital y solo el Vaticano, o pocos sitios, puede ofrecer esos espacios anchos, altos y profundos, ese colorido de mármoles veteados, de sotanas negras y carmesíes, de cíngulos y fajines, de solideos y mitras, de botonaduras moradas y rojas que el director italiano tanto gusta mostrar movidos por el viento en travellings interminables. Sus películas y series son ante todo el gozo de la mirada encantada, su cámara corre en busca de la belleza y la encuentra en hombres y mujeres, en arquitecturas e interiores. Quién podría pensar que la Iglesia católica podría verse de ese modo, después de todo lo que ha salido en la prensa y en la televisión, la corrupción financiera, la pederastia o el avejentamiento de los fieles que se ve en las misas que aún se celebran. Y que además sea televisiva, es decir, moderna, atractiva, seductora. La Iglesia siempre ha tenido crisis, en las que parecía que estaba a punto de desaparecer y resurgía porque encontraba nuevos conversos, como el cardenal Newman, que en la serie se menciona ampliamente, o los escritores de entreguerras, ingleses y franceses, que le daban nuevo impulso. Yo mismo afirmaría ahora que es una institución zombi, pero vete a saber.

La iglesia que nos presenta Sorrentino no es solo eso, fotogénica, intenta explicar la razón de su permanencia. Y crea una trama para poder mantener el interés durante 9 episodios. El papa anterior Pio XIII (Jude Low) está en coma, por lo que se nombra uno nuevo, Juan Pablo III (John Malkovich). Intrigas vaticanas y dialéctica, el poder (magníficamente representado por el personaje del cardenal Voiello, Silvio Orlando) que preserva la unidad e intenta tapar los escándalos, el papa rigorista y severo con fama de santo y el papa aristocrático, inteligente pero débil. La amenaza del terrorismo y la pederastia. Todos asuntos vivos que Sorrentino ve antes que como problemas reales como ingredientes del espectáculo. Lo más llamativo sin duda es el erotismo que envuelve cada capítulo, forma parte de su concepción de la vida y parece como una invitación a la Iglesia a que resuelva sus problemas sexuales no reprimiendo sino invitando al gozo. A las monjas vaticanas, cardenales y laicos les entra un frenesí sexual que no acaba nunca, sin distinción de género, eso sí, castigando, a la manera de la Iglesia, las infracciones, los pecados. Al propio papa Pio XIII, atlético y joven Jude Law, se le presenta como un icono sexual. Sorrentino es bueno en la concepción del espectáculo, en el movimiento de masas, en el espacio, en la ambientación, no tanto, aunque lo busca, en la intimidad del dolor, la angustia y el desconsuelo, aunque los actores son buenos, con un buenísimo ojo para seleccionarlos, de modo que la sola presencia de alguno de ellos basta para mostrar lo que pretende, que es impactar. Para mí, la serie con la que más he disfrutado, junto a Big Little Lies. Por supuesto, hay que hacer abstracción de la Iglesia real, de los asuntos turbios, de sus inconsecuencias, de su anacronismo.


No hay comentarios: