Solo
un optimista, un vitalista mejor, como Paolo Sorrentino, puede
concebir el Vaticano como un escenario alegre
y vital
y solo el Vaticano, o pocos sitios, puede ofrecer esos espacios
anchos, altos y profundos, ese colorido de mármoles veteados, de
sotanas negras y carmesíes, de cíngulos y fajines, de solideos y
mitras, de botonaduras moradas
y rojas que el director italiano tanto gusta mostrar movidos por el
viento en travellings interminables. Sus películas y series son ante
todo el gozo de la mirada encantada, su cámara corre en busca de la
belleza y la encuentra en hombres y mujeres, en arquitecturas e
interiores. Quién podría pensar que la Iglesia católica podría
verse de ese modo, después de todo lo que ha salido en la prensa y
en la televisión, la corrupción financiera, la pederastia o el
avejentamiento de los fieles que se ve en las misas que aún se
celebran. Y que además sea televisiva, es decir, moderna, atractiva,
seductora. La Iglesia siempre ha tenido crisis, en las que parecía
que estaba a punto de desaparecer y resurgía porque encontraba
nuevos conversos, como
el cardenal Newman, que en la serie se menciona ampliamente, o los
escritores de entreguerras, ingleses y franceses, que le daban nuevo
impulso. Yo mismo afirmaría ahora que es una institución zombi,
pero vete a saber.
La
iglesia que nos presenta Sorrentino no es solo eso, fotogénica,
intenta explicar la razón de su permanencia. Y crea una trama para
poder mantener el interés durante 9 episodios. El papa anterior Pio
XIII (Jude Low) está en coma, por lo que se nombra uno nuevo, Juan
Pablo III (John Malkovich). Intrigas vaticanas y dialéctica, el
poder (magníficamente
representado por el personaje del cardenal Voiello, Silvio Orlando)
que preserva la unidad e
intenta tapar los escándalos, el papa rigorista y severo con fama de
santo y el papa aristocrático, inteligente pero débil. La amenaza
del terrorismo y la pederastia. Todos asuntos vivos que Sorrentino ve
antes que como problemas reales como ingredientes del espectáculo.
Lo más llamativo sin duda es el erotismo que envuelve cada capítulo,
forma parte de su concepción de la vida y parece como una invitación
a la Iglesia a que resuelva sus problemas sexuales no reprimiendo
sino invitando al gozo. A las monjas vaticanas, cardenales y laicos
les entra un frenesí sexual que no acaba nunca, sin distinción de
género, eso sí, castigando, a la manera de la Iglesia, las
infracciones, los
pecados.
Al
propio papa Pio XIII, atlético
y joven Jude Law,
se le presenta como un icono sexual. Sorrentino es bueno en la
concepción del espectáculo, en el movimiento de masas, en el
espacio, en la ambientación, no tanto, aunque lo busca, en la
intimidad del
dolor, la angustia y el desconsuelo, aunque los actores son buenos,
con un buenísimo ojo para seleccionarlos, de modo que la sola
presencia de alguno de ellos basta para mostrar lo que pretende, que
es impactar. Para
mí, la serie con la que más he disfrutado, junto a Big
Little Lies. Por supuesto, hay que hacer abstracción de la Iglesia real, de los asuntos turbios, de sus inconsecuencias, de su anacronismo.
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